Parece que el terror ruso está de moda. O al menos eso quieren hacer parecer las distribuidoras. El año pasado llegó La Novia, dirigida por Svyatoslav Podgaevskiy, y el 2018 del género se cierra con otra película del mismo director, La Sirena, cuyos problemas destilan más allá de la sugerente criatura folclórica de su título.
Como ya sucedió la semana anterior con el estreno de la latinoamericana El Silbón, La Sirena toma la figura autóctona de la rusalka, un demonio acuático que acecha a su presa continuamente con la intención de que su víctima le declare su amor insoslayable, bajo pena de llevarse a un familiar querido si no lo hace. La Sirena tiene una interesante escena inicial que ayuda a ir poniendo en la mesa los elementos del género a utilizar, pero luego de eso tenemos a la enésima pareja joven a punto de casarse que cae bajo la maldición del demonio a días de su gran boda. Viktoriya Agalakova y Efim Petrunin resultan convincentes como Marina y Roma, respectivamente, los tortolitos protagonistas, pero el guion y la dirección de Podgaevskiy recurre tantas veces a los lugares comunes del terror norteamericano que lo poco que logra la película por tomar color local se pierde en una miríada de sustos baratos, jump scares y CGI de dudosa procedencia.
Para ser la primera película de género rusa que veo, estoy sorprendido por la calidad visual de la misma. Pasaría muy desapercibida si se estrenase comercialmente -aunque ese doblaje inglés para tapar el original idioma hablado ruso es tan mediocre que duele-, por el agradable diseño de producción y su edición rauda y solvente, que hacen que nos 85 minutos de metraje se deslicen como, ejem, agua. El legado de la rusalka, esa historia de amor no correspondida que ayudó a crear el mito, parecía adueñarse de la narración y de la vida de los personajes, pero la intuición de una película de terror diferente parece haber asustado a su director, que optó por los caminos más obvios a seguir y el resultado está a la vista.
La Sirena es un compendio obvio y burdo de seguir copiando el horror americano hasta exprimirle la última gota. Es un subgénero gastado, trillado, que no asusta y promete más de lo que cumple. ¿Es entretenida? Sí, no podemos negarlo. ¿Es agradable de ver? Mucho, su estilo le sobra y podría haber pasado a la posteridad como un buen exponente. ¿Decepciona? Demasiado, y cuando se torna completamente predecible es cuando este espíritu nórdico hace aguas por todas partes.
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