Crítica de La fiera y la fiesta

Vera, una actriz cuya fama se ha disipado prácticamente por completo, llega a un paradisíaco lugar del Caribe para rodar el guion inacabado de uno de sus mejores amigos y escritor de culto del séptimo arte: Jean-Louis Jorge.

Se podría decir que La fiera y la fiesta, última película de la dupla matrimonial de Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas (Dólares de arena), es más un collage de ideas, todas apuntadas a un tributo a un cineasta olvidado, que una película construida convencionalmente. Es un estado de ánimo colectivo cuyo hilo conductor es el rodaje de una película en base a un guion perdido del fallecido director dominicano Jean-Louis Jorge, quien marcó tendencia en su acotada filmografía antes de ser asesinado y olvidado por el canon latinoamericano cinematográfico. Con La serpiente de la luna de los piratas y Mélodrame, Jorge se adelantó a la estética kitsch presente en las películas de Pedro Almodóvar antes de caer en el olvido absoluto. Pero es la actriz entrada en años Vera de Geraldine Chaplin (Doctor Zhivago) quien no puede abandonar a la suerte de la memoria a su querido amigo y colega, y se dispone a filmar la última locura, que también marca el último trabajo en la pantalla grande en la carrera de la actriz.

¿Qué lleva a dos cineastas a homenajear a un director del que poco y nada se habla, y el 95% del mundo cinéfilo no conoce? Guzmán es sobrina del occiso, motivo por el cual decidió enfrentar la desidia del tiempo para con su distinguido familiar y crear un álbum de recuerdos en movimiento. Se aleja completamente del sendero de una biografía, y se adentra más en el estilo de escenas apenas interconectadas con la excusa de una filmación signada por la tragedia. El trabajo de Chaplin es descomunal como siempre, de la talla de una intérprete consagrada como lo es ella. Habiendo trabajado anteriormente en el último largometraje de los directores, ella se mueve como pez en el agua como la actriz entrada en años que se rehúsa a bajar los brazos antes de hacer un favor final a su amigo y a ella misma. Basta con la entrada del legendario Udo Kier (Suspiria) en escena para que se empiece a respirar un aire a clase B vaporoso. Con su ayuda y la de Luis Ospina, colaborador original de Jorge antes de su muerte, es que Vera intenta sacar adelante Water Follies, la obra que el director dejó atrás.

Water Follies es un acto coreográfico repleto de sensualidad y movimiento, una casilla perfecta para que Vera se encuentre con todos sus demonios personales. El acercamiento con un bailarín particular (Jackie Ludueña), su nieto perdido, le da otra brocha personal más a la historia de Vera. Es una relación áspera y dulce, un tire y afloje entre ambas personalidades que podría haber llegado a más de haber estado interesados los directores en profundizarla. El estilo onírico y trunco del film es lo que prevalece, con los maravillosos paisajes de Santo Domingo como escenario principal y una bellísima fotografía que exacerba aún más la belleza natural por donde deambulan como espíritus los personajes. Es un visible traspié que la historia no termine de acompañar a la hermosura de las imágenes. De haber sido así, La fiera y la fiesta podría haber trascendido sus propias limitaciones y resultado un homenaje de más peso para con la vida y obra de Jean-Louis Jorge. Pero el resultado final es uno de los largometrajes más extraños que verán en un largo tiempo, similar a soñar despiertos.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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