Es la historia de una familia a través de cuatro generaciones centradas en la niña que se convierte en una mujer, que funda una dinastía empresarial y se convierte en una matriarca por derecho propio.
Tomando prestado el nombre de otra de las películas que se estrenan esta semana en carteleras locales, la relación cinematográfica entre David O. Russell y Jennifer Lawrence está por llegar a un punto de quiebre. Ya ni siquiera puedo dar por seguro que J-Law sea la actriz fetiche del director, no es capricho que la ponga siempre en sus películas, sino el hecho de que Jennifer es una actriz de la puta madre y que tenerla en un film de prestigio equivale a premios y nominaciones en cantidades, como se probó en la última premiación de los Globos de Oro, donde la veinteañera se alzó con el galardón a Mejor Actriz de Comedia. El verle la comedia pura y dura a Joy es material para otra discusión en otro momento. Idos al caso, la biografía de la creadora de un trapo de piso milagroso – miren hasta donde llegamos en el territorio biográfico – es apenas interesante por el aporte que le hace Lawrence a la protagonista, porque por más vueltas de tuerca que Rusell le haga a la historia, no es más que una linda y agradable fábula de suceso a contramano.
Las dramedias de Russell siguen involucionando, acomodándose creo a un estilo que tiene pinceladas típicas del director, pero que viran hacia el conformismo. La historia de una joven divorciada que debe mantener a su familia de cigarras que no hace más que complicarle su existencia y vivir de ella tiene todo el terreno caótico familiar que ya estuvo presente en Silver Linings Playbook y American Hustle, que en definitiva es lo que ofrece los mejores momentos de la película, cuando todo el elenco empuja hacia un lado, y crea magia. Pero son chispazos nomás, el resto es cuestión de que Jennifer le ponga el hombro a la situación, y como es costumbre, lo hace con todo el aplomo del mundo. Quizás su primera venta al público de su trapeador milagroso – cuya incepción tiene una escena que suscitó el enojo de la platea en la función a la que asistí – es la cumbre de lo que puede hacer Lawrence en Joy, momento que de seguro formará parte del clip de Oscar si llega a ser nominada. El resto, es palearla frente a una idea que toma tiempo y dinero en llevar a cabo, pero que en definitiva la fuerza interior de cada uno todo lo puede, y eso cree Joy para cumplir sus sueños.
Cuando el terreno es comedia, Joy puede deslumbrar. El elenco, donde destacan mayormente Robert De Niro como el padre de Joy y un sorprendente Edgar Ramirez como el ex-esposo que va cambiando con el correr del tiempo, se une y logra maravillas. Cuando llega el momento del drama, que pesa bastante, ya las cosas cambian. Se agradece igualmente que no se empuje una vez más el romance de la protagonista con Bradley Cooper – ya vimos eso antes y mejor, gracias – sino que es una figura importante en el ascenso de Joy, y nada más que eso aunque haya alguna que otra sutil insinuación aquí y allá. En la dramedia, algunas cosas pueden funcionar y otras no, es por eso que la óptica que decide darle Russell a Joy es la de un filtro novelesco, como esos pequeños bocaditos que se ven aquí y allá de ridículas telenovelas que tanto le gustan a la madre de Joy. Darle ese toque de artificialidad a una historia de vida única es una marca fuerte de director, pero que en definitiva no puede funcionarle a todo el mundo.
Joy entonces es una oscilante biografía que sufre por sus excentricidades pero que se ayuda mucho en el poderío actoral que tiene Lawrence. Si fuese otra la protagonista, creo que la fascinante historia de vida de Joy Mangano estaría más cerca del canal Lifetime que de una sala de cine.
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