John Wick se ve obligado a abandonar el retiro a pedido de un antiguo socio, que planea tomar el control de un sombrío gremio de asesinos internacionales.
Hasta el espectador más pasivo se imaginó después de haber visto la arrolladora película que Chad Stahelski y David Leitch estrenaron hace 3 años que John Wick no se iba a quedarse tranquilo. El personaje interpretado por Keanu Reeves vuelve a hacer lo imposible para retirarse de una vez del trabajo de toda su vida, en un film que no solo es igual de directo y frenético que el anterior, sino que, aunque a veces pueda resultar contraproducente, expande el universo en el que transita.
Wick, el tipo más seco y sincero del universo, tiene perro nuevo y está cada vez más lejos de los problemas relacionados con los gángsters. Pero, por suerte, en esta segunda entrega la aparición del asesino italiano Santino D’Antonio (Riccardo Scarmarcio) se encarga de hacerlo explotar: le pide un favor que no puede negar a causa de un pacto de sangre del pasado. No hay muchas variantes en la trama respecto a su antecesora, pero sí existe un importante elemento que diferencia y se destaca: la expansión del universo John Wick.
A tal punto de parecer una saga estilo Harry Potter, el guionista Derek Kolstad y Stahelski ofrecen una película mucho más descontracturada que la anterior y devela elementos que habían sido guardados en «secreto». El Hotel Continental toma muchísima más relevancia, el modus operandi de los asesinos es deschavado, así como también la cantidad de subgrupos de sicarios que existen, y las redes entre personajes son más complejas. De esta manera uno se puede dar el lujo de sonreír con un bocadillo de Franco Nero o notar más minutos de Ian McShane.
La película base está, aunque el mundo expandido pueda alejar a aquellos que les gustó que la original fuera una película de acción pequeña. John Wick sigue siendo igual de directo y cuasi robotizado que antes -ahora se da el lujo de meter algún chiste-, los personajes secundarios son iguales de carismáticos, villanos inclusive, y las escenas de acción están dirigidas con maestría. Stahelski logra que ningún segundo de película no condiga con la lógica del relato. El apartado visual y musical, mezcla de película neonizada y techno de Nicolas Winding Refn con cine brutal de John Woo, ayuda a pulir el universo que poco a poco toma forma. Wick está de vuelta e igual de cargado y bien vestido que antes.
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