Crítica de Jack Reacher: Never Go Back

Jack Reacher regresa a los cuarteles de su vieja unidad militar sólo para descubrir que se le acusa de haber cometido un crimen que tuvo lugar 16 años antes.

Tom Cruise vuelve a calzarse la camiseta y su campera para interpretar otra vez al ex militar devenido en el viajero que resuelve crímenes, Jack Reacher, personaje creado por el escritor Lee Child. El primer film, allá por 2012, nos presentaba a un sujeto duro, inteligente y prácticamente invencible. La secuela ahora nos trae dos tramas, en las que él deberá enfrentarse contra la corrupción dentro de su propia nación, e indagar en su propio interior. Claro, no pasará mucho hasta que estos caminos se crucen.

Este no es un superhombre pero lo parece; esquiva, golpea, resiste ataques y sale de situaciones en las que una pistola amenaza su sien. Jack Reacher: Never Go Back propone lo mismo pero, como de costumbre, redoblado. Christopher McQuarrie, el realizador del primer film, había sido capaz de llevar el argumento y las escenas de acción con relativa simplicidad y crudeza. Aquí la dirección está a cargo de Edward Zwick (The Last Samurai, Blood Diamond), que no logra mantener con total entereza el tono negro de su predecesora y baña a Reacher con una ligera parodia de sí mismo. Por el contrario, sí logra conservar la agresividad que caracteriza y describe muy bien al personaje, además de guiar adecuadamente la acción.

El guión contribuye a este estilo caricaturesco implicando al personaje en situaciones sin justificación previa, por lo que la trama se llena de baches argumentales que no explican ciertos detalles que, por mínimos que sean, son influyentes para el desarrollo fluido del conflicto. La línea que involucra a Sam, la supuesta hija de Reacher, resulta explícitamente muy forzada a la hora de intentar cruzarla con el tronco principal, no obstante, a pesar de esa deficiencia del principio de Zwick, el propio director se encarga de remontarla incluyendo esos momentos pausados e intentos en la relación de los dos hasta llegar a una muy buena resolución de ambas.

En un film que trata de investigar someramente en lo profundo del hombre, Cruise entrega una actuación aceptable, contrastada por su dominio de la acción y seguridad, y su falta de profundidad para expresar lo que le sucede a su personaje y que se esconde dentro de su cabeza.

Esta secuela plantea una verticalidad. Si en el primer film se hace una presentación de lo que puede hacer Reacher, en el segundo se intentan buscar los puntos débiles y plantearlo como más humano. El intento queda solo en eso. El resultado es agrandar la figura legendaria del personaje, alguien que puede resolver cualquier situación que se le presente como un James Bond norteamericano pero sin glamour, más agresivo y tosco. Y el film se queda en la acción por sí misma y conflicto, pero sin profundidad. Jack Reacher es así, desapegado y desligado, alguien que promete involucrarse en más crímenes cada vez que levanta el dedo en la ruta haciendo autoestop.

 

 

 

 

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Matías Carballa

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