Biopic de J. Edgar Hoover, quien fuera nombrado en 1924, a los 29 años, director general del FBI con la intención de reformar la organización. Ocupó dicho cargo hasta su muerte en 1972, y durante su mandato sobrevivió a siete presidentes, alguno de los cuales quiso destituirlo sin conseguirlo.
J. Edgar es una exhaustiva revisión de la vida de uno de los personajes más poderosos, controvertidos y enigmáticos de la historia norteamericana. De igual modo que lo hizo The Iron Lady (se estrenaron con solo semanas de diferencia), supone un repaso por los aspectos más destacados de su carrera política y su historia personal, contados en primera persona por un Hoover ya mayor que busca limpiar su nombre con una autobiografía completa. Un muy logrado clima de época, notables actuaciones de intérpretes como Leonardo Di Caprio y Judi Dench, así como una narrativa que excede (a diferencia del otro arriba mencionado) lo anecdotario o las simples viñetas, señalan la importancia de un realizador como Clint Eastwood en la silla de director a la hora de conducir un biopic.
El film no obstante sufre de una serie de cuestiones que lo ubican muy por debajo de la obra que pudo haber sido. Sin una verdadera toma de postura, si bien hay críticas, estas no son duras y pervive la noción de que se hizo lo necesario, la aproximación a la vida de Hoover es ciertamente ambigua. Este aspecto, algo útil dentro de lo político, hace agua en el marco de su privacidad, resultando en una trunca historia de amor con Clyde Tolson (Armie Hammer), una relación carente de naturalidad que en todo momento se ve forzada.
A esto debe sumarse el maquillaje pobre que despliega la producción, seguramente lo más criticable del film de Eastwood, dado que constituye uno de sus caballos de batalla y, como tal, es fallido. Hacer que sus jóvenes protagonistas interpreten sus papeles de viejos es un grave error del experimentado realizador, las máscaras no están a la altura de las circunstancias y en ningún momento se las logra pasar por alto. De esta forma, la relación entre Di Caprio y Hammer, que ya se aplicaba con mucha presión, adquiere un tono que bordea el ridículo cuando estos están caracterizados en sus 70 años. Así, el importante departamento encargado de maquillar los rostros de los actores, no logra enmascarar la real carencia de J. Edgar, la falta de drama.
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