Confinado a una silla de ruedas después de un terrible accidente, el Dr. Seth Ember es un exorcista poco convencional que tiene la extraña habilidad de introducirse en el subconsciente de las personas poseídas y así expulsar a los demonios.
En algún momento determinado del pasado cercano, alguien en la productora Blumhouse debe haber vendido una idea aparentemente revolucionaria: fusionar The Exorcist con Inception y ver qué salía de ese híbrido. Otro debe haber dado el visto bueno, pero la filmación tuvo lugar en 2013 y en cines norteamericanos Incarnate tuvo un modesto estreno en diciembre de 2016. ¿Puede alguien anticipar el resultado de esa demora? La última película de Brad Peyton -de la reciente San Andreas y Journey 2– es una diminuta película de género que tiene un planteamiento inicial más que interesante, pero se ve asediada por todos los clichés del género y un guión por demás principiante.
Seth Ember, el protagonista encarnado -ejem- por un siempre corajudo Aaron Eckhart, es un científico que tiene la habilidad de introducirse en el subsonciente de personas poseídas y echar a los demonios que estén dentro de ellos. Corrijamos eso: Ember es un no creyente luego de que un accidente fatal se llevó a su familia, y se desliga de los términos posesión y demonios. Simplemente cree en entes que se alimentan del aura de las personas, y se dedica a erradicar, mas no exorcizar, a dichas criaturas. Es, como se dijo anteriormente, una mezcla entre una de las mejores películas de horror de todos los tiempos con la grandiosa aventura mental de Christopher Nolan. Por supuesto, el resultado no le llega a los talones a ninguna de las dos, quedándose en la idea novedosa sin llevarla a ningún lado interesante durante los escuetos 80 minutos de duración.
Eckhart aporta su carrera en el asador durante toda la película con un papel bastante unidimensional, pero con el carisma que tiene lo lleva a buen puerto, incluso cuando el guión de Ronnie Christensen lo obligue una y otra vez a repetir parlamentos bastante vergonzosos. Incarnate tiene muy poco ritmo, y los escasos elementos que tiene a su favor los desperdicia tomando por idiotas a la audiencia, con pequeños giros que se pueden ver a kilómetros de distancia. Carice Van Houten, la dama roja Melisandre de Game of Thrones, es la típica madre abnegada que quiere salvar a su hijo de este mal que ha tomado control de su cuerpo, y peor es el trato que se lleva el personaje de Catalina Sandino Moreno, un nexo de la Iglesia que se la pasa de acá para allá luciendo preocupada sin tener nada de peso relevante en la trama.
El peor pecado lo comete, sin duda, Peyton en la dirección. Trabajo poco inspirado, que podría haberlo hecho cualquier realizador recién salido de la academia, y aún más atenuante el hecho de que sus anteriores películas, sin ser grandes obras del cine, son entretenimientos pasatistas bien pochocleros. Es una labor por encargo y se nota. Si hay algo peor que intentar hacer una buena película y que salga terrible, es ni siquiera hacer el esfuerzo de sobresalir ante la mediocridad. Incarnate parte de una base híbrida que podría no funcionar pero lo hace, hasta que cae en todos los recovecos que el género tiene para ofrecer. Si no fuese por la tarea de Eckhart al frente, este estreno sería completamente olvidable. Y un poco lo es, aunque dura lo necesario para verla y borrarla al rato.
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