Dos hermanos se adentran en un inmenso campo de hierba tras escuchar el grito de auxilio de un niño. Allí quedarán atrapados por una fuerza siniestra, que rápidamente les desorienta y les separa.
Stephen King y el cine tienen una historia de larga data. El maestro del terror es una fuente inagotable de historias y, por encima de todo, constituye una marca demasiado fuerte como para no utilizarla. Las versiones cinematográficas de sus relatos suelen ser como la caja de chocolates de Forrest Gump, nunca sabés con qué te vas a encontrar. Pero si hay algo que reconocerle a Netflix, es que ha sabido capitalizar todas sus colaboraciones.
Esta vez toca una variación a la adaptación habitual: novela de Stephen King e Hijo (Joe Hill). In The Tall Grass (En La Hierba Alta) tiene un comienzo reconocible para los amantes del género. Viaje por una ruta en medio de la nada en Estados Unidos. El corazón de Norteamérica tiene incontables demonios y King siempre ha sabido cómo sacarlos a la luz.
Uno de los principales aciertos de la película es su premisa sencilla y directa. Unos hermanos se detienen frente a una iglesia abandonada, desde un campo oyen una voz que pide ayuda… y deciden entrar. Ahí comienza una aventura laberíntica que, en manos de otro director, quizás hubiera resultado insoportable. Pero Vincenzo Natali logra aprovechar ese mundo acotado para poner en marcha un relato claustrofóbico y agotador. No es una sorpresa, el director allá por fines de los ’90 creó un clásico del terror con Cube (El Cubo, 1997), película que también entendía de espacios limitados y muerte a cada paso.
En La Hierba Alta no será largamente recordada, pero al menos funciona en gran parte de sus pasajes. Es cierto que va perdiendo impulso a medida que va develando sus misterios pero, aun así, no desbarranca ni destruye su propia mitología. Las resoluciones son coherentes con la lógica del mal que habita ese lugar. El infinito, el tiempo y el laberinto -¿no es posible que acaso sean lo mismo?- tienen una preminencia vital en el film. Algunas simpáticas referencias borgeanas resultan interesantes como apuntes para repensarla, y aunque en ocasiones el propio laberinto entorpezca la narrativa -con su abuso de giros y variables-, el terror está ahí. En la brutalidad de la naturaleza, en la crueldad con que plantea los vínculos familiares, en los monstruos legendarios y, aún más, en los que habitan en cada uno de nosotros.
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