Mientras el mundo busca una cura para un virus desastroso, un científico y una guía de parques se aventuran en las profundidades del bosque para realizar una prueba de rutina con el equipo. A través de la noche, su viaje se convierte en una pesadilla a través del corazón de la oscuridad, con el bosque cobrando vida a su alrededor.
Un monumento rocoso nos mira con su ojo invisible, una maza de tintes milenarios golpea con fuerza distintos minerales hasta hacerlos ceder. Una mano, la misma que manipula aquella maza, elige cuidadosamente un pedazo de aquellas piedras destrozadas, para así enterrarlo en el cuerpo de la naturaleza y taparlo con un colchón de pasto, como si de dormir a una criatura se tratara. Es, en este preámbulo de pocos minutos, que se nos muestra el génesis de una fuerza tan descomunal como noble, pero, sobre todo, invisible a los inocentes ojos de los terrestres que buscan respuestas complacientes.
Siguiendo los pasos de Martin (Joel Fry), un científico que llega a una base en el medio del bosque, somos partícipes de cómo el mundo del que viene, la gran ciudad, se encuentra sometido por un virus que causa estragos. Es interesante como el film nos coloca en un contexto conocido hoy en día, sin hacer hincapié en grandes detalles. Nos familiariza con la nueva realidad sin recaer en obviedades. Entre barbijos y alcohol en gel, Martin conoce a Alma (Ellora Torchia), la ranger que lo guiará por el bosque en busca de conclusiones para su investigación. Pero, en esta travesía, ambos encontraran otro tipo de respuestas, muy lejos del entendimiento racional.
Ben Wheatley, director de la cinta, nos transporta al corazón de un bosque lleno de colores como de peligros intangibles. Utilizando como base al Sci–fi horror, el creador de Kill List nos pone en tela de juicio la ya conocida lucha de ciencia contra fe, pero desde un lado muy interesante. Por una parte, tenemos a Martin, el joven que no se despega de lo empírico y a Alma, la guía que conoce cada centímetro de aquel bosque neblinoso, como si fuera la palma de su mano. Pero la experiencia en el camino y el intento de conexión entre ambos son interrumpidos tras ser atacados por un enemigo camuflado con la noche. Es así como las barreras de lo conocido y de lo comprensible empiezan a romperse. Sin ningún tipo de calzado y enfrentándose a los obstáculos del camino, nuestros aventureros se topan con Zach (Reece Shearsmith), aquel hombre que vive en el corazón de la naturaleza, y que da pie al inicio del verdadero horror.
Mostrándonos cómo el bosque es uno de los antagonistas, el film se excusa al adentrarse en este espacio para deleitarnos con un apartado tanto visual como sonoro sacado de otra dimensión. La fotografía naturalista, que se apoya en las llamas de fogatas improvisadas y en los rayos de luz matutinos, dan el tinte para que nos sumerjamos junto con los personajes en la inocencia del camino, pero la llegada de nuevas amenazas abre el portal hacia la locura interna que se va gestando, zambulléndonos en imágenes extravagantes, psicodélicas, en dónde luces estroboscópicas se combinan con la superposición de aquello que vemos, pero no entendemos. Es un recorrido vertiginoso que marea, pero que al mismo tiempo nos atrapa y no nos suelta. Mejor dicho, somos incapaces de soltar.
Sumándose a la locura aparece Clint Mansell, que laburó previamente con Aronofsky, para terminar de penetrar en nuestros oídos con una musicalización más que sobresaliente. Desde melodías que transitan una ambientación onírica hasta tonos saturados y ensordecedores que sobrepasan lo místico, Mansell pone el broche de oro a una de las experiencias más enriquecedoras del año.
Pensar que In the Earth es solo una película de terror es quedarse corto. Es una película de ese género no por los cánones, sino porque es sobre nosotros, los humanos. Nos muestra como no somos más que una raíz de la naturaleza, que nos cubre en su todo y nos da tanto la vida como la muerte.
Nos habla de que la lucha entre lo fáctico y el folklore local se convierte en algo más que un relato de fuerzas opositoras, nos muestra cómo la ciencia racional evoluciona para convertirse en algo tan grande, acaparador e insostenible que termina destruyendo toda barrera moral que tengamos, cómo así nuestra propia carne. In the Earth es un viaje hacia nuestro interior, y en como la mística que nos rodea, por más tenebrosa e impredecible que sea, no es más que la manifestación de nuestro propio accionar.
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