Un joven huérfano, con la ayuda de una excéntrica joven, buscará la respuesta a un misterio que conecta a su padre recientemente fallecido, al malhumorado dueño de una juguetería y a una cerradura con forma de corazón, aparentemente sin llave.
Es factible que más de uno haya sentido desconcierto ante los ahora lejanos adelantos que Hugo ofrecía, ya que más allá de ser un film en 3D basado en una novela infantil, es una película de Martin Scorsese, y como tal supone un marcado volantazo en su filmografía. Cuando las primeras imágenes nos adentren al maravilloso mundo de Hugo Cabret, esa incertidumbre inicial hará paso al más puro asombro, al de los ojos frescos, al de los niños ante la magia, al de los espectadores de fines del siglo XIX ante otros magos, los Lumière y Méliès. El buen Marty propone así dos viajes, uno para su joven protagonista, una expedición de reconocimiento (hay cierto parecido con Extremely Loud & Incredibly Close) cuya principal intención es la del añorado contacto paterno, el otro, el más memorable, para toda la audiencia.
Scorsese pilotea el cohete cinematográfico que transporta al público 110 años atrás en un viaje hacia la cara más conocida de la Luna, aquella que papa Georges marcó a fuego en la historia del séptimo arte. Ilusionista como aquel que homenajea, disfraza con un sencillo (enfatizando lo de sencillo) cuento de niños, una de las mayores reverencias al cine. Méliès toma el control de la película como lo hubiera hecho un siglo atrás, y así decorados, disfraces y máquinas son desplegados delante de cámara, reviviendo aquella magia hoy centenaria. El deleite visual que Scorsese propone, un 3D utilizado con maestría (los grandes, como él y Herzog saben aprovecharlo) y una estética steampunk muy lograda, es solo superado por su sentido respeto al trabajo del francés, ante el cual no duda en hacerse a un costado a la hora de recuperar sus obras.
Como esas partículas de polvo o copos de nieve que bañan la estación de trenes, la magia del cine acaba por imbuir la totalidad del film. Barrer la superficie para hallar el simple relato infantil que Hugo cuenta, es ignorar que esta se hace presente en cada fotograma de esta maravillosa obra. Si la duda original era el por qué Scorsese llevó adelante una realización así, la respuesta es de una claridad absoluta al finalizar su metraje: porque solo un verdadero conocedor, un apasionado por el arte y un amante del cine podía hacerlo así.
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