«Es muy triste que una madre tenga que declarar contra su propio hijo»
(Norma Bates, Psycho, 1960)
Desde su salto al estrellato con Winter\’s Bone, película que le valió una nominación al Oscar, Jennifer Lawrence se ha anotado una seguidilla de aciertos que, a los 22 años recién cumplidos, la han convertido en una de las actrices jóvenes del momento. Tras su paso por la alfombra roja, media docena de buenas películas han contado con su presencia en distinto grado de protagonismo pero, como suele ocurrir con quienes en su rápido ascenso aceptan múltiples proyectos, un esqueleto en el armario esperaba ver la luz. El rodaje de House at the End of the Street comenzó apenas semanas después del limitado lanzamiento en Estados Unidos del film que la haría conocida, y su estreno mundial se produce luego de que la actriz, a base de logrados papeles, se haya ubicado en la cresta de la ola. De esta forma, un producto mediocre de terror que pudo haber merecido un destino directo al formato hogareño, encuentra en el repentino éxito de su protagonista una forma de llegar a las carteleras del mundo y, no solo eso, también liderar la taquilla. Oh, el sueño americano.
Lo cierto es que la casa de al lado se ubica en un lugar común, y si parece que lo que estoy diciendo es que la zona en donde residen los protagonistas es corriente, lo que en verdad pretendo decir es que la película es un cliché detrás de otro. Hasta determinado punto, Mark Tonderai goza del beneficio de la duda y muchas de estas cuestiones se ignoran en favor del desarrollo de la trama. Si, la recién llegada Elissa entabla una relación con el atormentado Ryan a pesar de que todo el pueblo piensa que es un bicho raro, pero la posibilidad de lograr algo diferente todavía está en manos del realizador, que nos hace partícipes de una faceta oscura ignorada por todos los demás. Aún a partir del comienzo trillado, el guión de Jonathan Mostow y David Loucka -autor de la olvidable Dream House que, para emparejar los tantos, se conoció después de finalizado este rodaje- podía funcionar y, de hecho, lo hace durante buena parte, pero una fractura (literal) de la trama potencia el desbarranco general.
La comodidad o pereza de los guionistas conduce a House at the End of the Street por un barrio conocido por todos, desaprovecha la clara salida hacia terrenos menos familiares y, por medio de sucesivos flashbacks, relatos a medias y un volantazo injustificado, se estaciona torpemente a las afueras del Motel Bates. A esta altura para Jennifer Lawrence, que aún desaprovechada como una scream queen más logra una buena actuación y sale bien parada incluso cantando, esta casa debe ser un lejano punto en el espejo retrovisor. Para quienes ya la hayan visto, también.
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