Ariel es un joven homosexual que vive en la zona rural de Buenos Aires. Tras finalizar su vínculo con un cura del pueblo, iniciará un proceso de crecimiento que lo conducirá a nuevas relaciones.
José Celestino Campusano es uno de los autores más prolíficos del cine argentino actual, y también de los más arriesgados. Hombres de piel dura, su 19º trabajo si contamos cortometrajes y co-direcciones, no es una excepción a esta tendencia fundada en el abordaje de temáticas complejas. En esta oportunidad nos adentramos en un territorio que no suele ser trabajado por este director: el campo. En estos espacios inmensos, alejados del ruido y el asfalto del conurbano bonaerense, se desarrolla la historia de Ariel (Wall Javier), un chico homosexual que emprende el camino hacia la superación de su relación con un sacerdote llamado Omar (Germán Tarantino), y en dirección a la construcción de su propia experiencia sexual. Para lograr esto deberá enfrentar los prejuicios y el machismo de su padre Pablo (Claudio Medina), un patrón de estancia testarudo, quien no solo lo presiona a él sino también a su hermana Betina (Camila Diez), para que continúen con el legado familiar y asuman una posición de mando que no les interesa en absoluto.
Una de las particularidades que atraviesa la obra de Campusano, que se reitera y amplía en este film, es la presencia de una sexualidad rebosante que se sobrepone a lo sensual y evita la caída en el relato de romance furtivo. El sexo se revela en su faceta más incómoda y desenfrenada. Se da en el medio de un pastizal, en un sucio galpón de estancia, o en una casa repleta de gente que sabe lo que ocurre en la habitación contigua. Asimismo, el acto sexual se muestra como un reflejo de las relaciones de poder. Las mismas suelen ser dispares, y contienen algunas manifestaciones violentas y humillantes. Esto provoca que la frontera entre el sexo, el abuso y la violación se configure como una línea estrecha, y que esa líbido desenfrenada concluya en un sentimiento de dolor.
Por otro lado, la película no es solo comprometida en relación a lo formal o al carácter explícito de sus imágenes, sino principalmente porque expone y analiza un tema tan escabroso como lamentablemente cierto: la pedofilia ejercida por representantes eclesiásticos. A esto se le suma el hecho de estar basada en una historia real. El vínculo de los curas con lo sexual es conflictivo, reprimido y por ende tenebroso. Su universo opera mediante el encubrimiento y la impunidad. Por otra parte, sus repudiables actos encuentran diferentes reacciones entre los habitantes del pueblo, que van desde la indiferencia y el silencio, hasta algunos insultos en la vía pública. La decisión más interesante del realizador es no asumir una postura moralizante al mostrar estos personajes. Por el contrario, busca señalar que sus nefastas acciones son el reflejo de un micro mundo construido sobre dogmas tan arcaicos como irracionales, y perpetrado gracias a la complicidad interna y externa.
Otro de los tópicos abordados en esta obra es el de la preservación de las apariencias. Algunos personajes construyen una fachada para ocultar, tapar o negar sus propios deseos o conflictos, con la única finalidad de conservar su reputación. Otros, como en el caso de Ariel y su hermana, no pueden ni quieren entrar en esa lógica asfixiante, ya que no pueden fingir ser lo que no son. Al mismo tiempo, esta búsqueda por consumar una realidad aparente se explica en la incapacidad para asumir y confrontar problemas más profundos como, por ejemplo, el estado de desamparo y el clima de hostilidad en el que se encuentra inmerso tanto el pueblo como sus habitantes -a nivel social, político e incluso intrafamiliar en el caso del protagonista-.
Podemos sostener con certeza que Hombres de piel dura es uno de los trabajos más consistes de la filmografía de Campusano. Esto puede corroborarse en varios aspectos. Primero en el progreso en cuanto lo técnico/visual, no tanto en términos de virtuosismo -que por cierto también se advierte-, sino más bien de capacidad poética y de manejo de lo procaz. A su vez, el realizador demuestra como nunca su aptitud para aproximarse a asuntos sensibles sin caer en una perspectiva escandalosa o arbitraria. Esto lo consigue a través de un riguroso equilibrio entre los momentos de brutalidad y un humor tan ácido como efectivo. En definitiva, el film logra exhibir de manera minuciosa el entramado violento y abusivo de las relaciones sociales, sobre todo las que entablan los varones entre sí, retomar una problemática truculenta y tristemente vigente como la pedofilia, y exponer la naturaleza, tan liberadora como devastadora, de las pasiones humanas.
[ratingwidget_toprated type=»pages» created_in=»all_time» direction=»ltr» max_items=»10″ min_votes=»1″ order=»DESC» order_by=»avgrate»]
Lo nuevo de Michael Mann retrata al creador de la mítica escudería.
Paul Giamatti protagoniza una de las serias candidatas al Oscar.
Sydney Sweeney y Glen Powell se juntan para intentar revivir las comedias románticas.
Hollywood se prepara para celebrar a lo mejor del año pasado.