Un pueblo sobrelleva los problemas ambientales y económicos que trae la explotación minera. Gracias a la organización de las mujeres y un conjunto de políticas, empieza a recuperar sus recursos naturales y a modificar su perspectiva de género.
Ubicada en el condado de Rajasthan, norte de India, se halla Piplantri, una pequeña aldea que sufre los embates de la extracción desmedida de sus minas de mármol. Esta actividad impacta perjudicialmente en distintos aspectos de la vida de los lugareños, ya sea en términos de salud -debido a las tormentas de polvo que se desatan o a la falta de agua suscitada por el deterioro de los suelos-, como también en el plano macroeconómico -ya que la destrucción de los recursos naturales impide la realización del trabajo agrícola-. Por otro lado, aparece una preocupante problemática de tipo social como lo es el incremento de los infanticidios de niñas recién nacidas, dado que algunas familias consideran imposible solventar los dotes de sus hijas a futuro -esta práctica, obligatoria en la tradición hinduista, consiste en el pago de dinero a la familia del novio por parte de los familiares de la novia para poder costear los gastos del matrimonio una vez que la esposa comience a convivir con sus suegros-. Para resolver este conjunto de complejidades, el ex alcalde del pueblo Shyam Sunder Paliwal y un numeroso grupo de mujeres encabezado por Kala Devi Paliwal ponen en marcha el «Proyecto Piplantri». Este consiste en ofrecer ayuda económica y acompañamiento a las madres de niñas recién nacidas a cambio de que estas se comprometan a cumplir tres requisitos: no obligar a sus hijas a casarse hasta que cumplan la mayoría de edad, permitirles estudiar lo que ellas deseen y plantar 111 árboles para celebrar el nacimiento de las pequeñas y a la vez colaborar con la recuperación de la flora.
Sin lugar a dudas el atractivo central del film versa en torno a las historias narradas y la potencia política que estas contienen. En principio, resulta particularmente sorprendente la implementación del programa de gobierno planificado por Shyam Sunder Paliwal. Vemos cómo el involucramiento de los y las activistas, junto con el conocimiento detallado que estos detentan respecto de las conflictividades que atraviesan los ciudadanos de Piplantri, les permite esbozar experiencias alternativas y generar soluciones sustentables. La idea de vincular las cuestiones ambientales, económicas, educativas y de género es sumamente poderosa no solo por su complejidad y su originalidad, sino principalmente porque las transformaciones positivas que genera esta perspectiva pueden apreciarse en el film -ya sea la recuperación de los caudales de agua, el reflorecimiento de la vegetación, el regreso de los animales a la zona, hasta la disminución en la tasa de infanticidios-.
Al mismo tiempo, el rol que ocupan las mujeres en esta metamorfosis social es tan crucial como ejemplar. Estas no solo animan a las madres jóvenes a cuidar de sus hijas y a colaborar con la comunidad, sino que además propulsan y sostienen de forma colectiva actividades esenciales para el desarrollo económico de Piplantri al encargarse, por ejemplo, de las plantaciones de aloe vera y de la manufactura de productos derivados de este vegetal. A esta conquista notable dentro de una sociedad tan patriarcal como cualquiera de las occidentales, se le añade una revalorización del trabajo doméstico y de las prácticas de cuidado. Tanto Kala Devi Paliwal como las otras mujeres registradas –Bhawari Paliwal, Daku Prajapat y Leela Rajput– son conscientes de la relevancia de sus labores hogareñas, como también de la preponderancia que tiene la educación para sus hijas e hijos -puesto que, como sostiene Daku, no solo influye en el futuro laboral de esos/as niños/as, sino que además les brinda herramientas para fortalecer el entendimiento y la confianza-.
Tan importante como las características culturales y sus cambios es el modo en que están filmados. Camila Menéndez y Lucas Peñafort toman la acertada decisión de posicionarse como observadores de los pobladores y del paisaje sin recurrir a mecanismos del documental tradicional, como las declaraciones mirando a cámara, las entrevistas o las imágenes de archivo. El registro de la cotidianidad de modo presente y a la vez distanciado -aunque no por eso menos intimista-, les permite proporcionar un pulso narrativo mucho más fluido a la narración y adentrar al espectador en el ritmo de vida de los habitantes.
Quisiera destacar, en este aspecto formal, el trabajo de Camila Menéndez como directora de fotografía. Sus méritos son varios, pero el primordial consiste en no subordinar la construcción visual a la impronta de la trama. A través de las imágenes logra establecer los dos núcleos discursivos del film. Por un lado la importancia de lo espacial, no solo en sentido figurativo o descriptivo, sino también mediante la exhibición de la coexistencia tan paradójica como lamentable entre el «Proyecto Piplantri» y la minería indiscriminada -que en parte resume la condición de este pueblo hostigado que decide no bajar los brazos frente al asedio del capitalismo salvaje-. En segundo término aparece el poder de cambio contenido en la unión de los cuerpos -sobre todo de los femeninos-. Tanto los planos generales que capturan la preponderancia que tiene lo comunitario en la organización de los pobladores, como los primeros planos o planos detalle a través de los cuales vemos las manos de las trabajadoras o las expresiones de sus rostros durante los intercambios de ideas, están seleccionados con suma precisión -y a la vez con gran belleza-, puesto que reponen tanto la importancia de las contribuciones grupales como las de cada actor en particular.
Hermanas de los árboles se afianza como una obra sólida, atractiva y políticamente enriquecedora. Su historia de lucha colectiva, solidaridad e iniciativa de las mujeres no solo resulta llamativa y atrapante en sí misma, sino también gana preponderancia gracias a la aparición, desde lo formal, del posicionamiento asumido por sus realizadores. A su vez, el hecho de tomar como ejemplo a un pueblo que considera la conexión entre medioambiente, trabajo, femineidad, fertilidad y prácticas asistenciales como un punto de partida indispensable para hacerle frente al avance voraz e impúdico del capitalismo, expone y afirma la posibilidad del surgimiento de modelos de acción social perdurables e inclusivos en el futuro. Quizás en nuestras/os niñas/os, nuestro suelo, nuestra agua y nuestros árboles también haya una clave para repensarnos.
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