Henry "Razor" Sharp y Billy "The Kid" McDonnen son boxeadores de Pittsburgh cuya feroz rivalidad los pone en el centro de atención a nivel nacional. En su época de gloria, ambos lograron una victoria sobre el otro, pero nunca pudieron tener el desempate hasta ahora, 30 años más tarde.
En 1977, Rocky fue nominada a 10 premios Oscar, incluidos Mejor Actor y Mejor Película, ganando este último galardón, mejor Director y Edición. En 1981, Raging Bull fue nominada a 8 premios de la Academia, haciéndose con dos preciadas estatuillas doradas a Mejor Actor y Mejor Edición. No es un detalle menor mencionar las proezas de las películas de boxeo de Sylvester Stallone y Robert De Niro, ya que treinta años después de su momento consagratorio en dicho deporte llega esta comedia que, de un plumazo, acaba con el recuerdo de estas dos grandes estrellas ficticias del pugilismo y las deja con un pie dentro del geriátrico.
Grudge Match es una comedia que apunta directamente al corazón nostálgico y falla miserablemente al juntar en la misma película a dos grandes actores en el ocaso de su carrera, entregándoles un guión a medio cocinar, con una catarata de chistes que atrasan veinte años. Desde la premisa de una rivalidad -bien explicada en un pequeño recap al comienzo- entre dos leyendas del boxeo en Pittsburgh, todo va cuesta abajo. El guión de Tim Kelleher y Rodney Rothman tiene pequeñas bromas inofensivas, algunas de ellas funcionan pero se ven aplastadas por muchas otras más. La situación económica y social de Henry «Razor» Sharp y Billy «The Kid» McDonnen está bien apuntada a la inevitable pelea que ocurre en el tramo final del film, pero las dos horas de metraje resultan aplastantes, con poco carisma y apenas sobrellevadas por la dupla protagonista.
Stallone y De Niro hacen lo que pueden para sostener esta película que debería servir para reírnos con ellos, pero en verdad es para reírnos de ellos. Sobrevivir a Grudge Match es lo mismo que ver a dos viejos reumáticos tirados en un lodazal, agarrándose el uno al otro y gritándose por viejas rencillas. Los secundarios apenas ayudan, como la benevolente presencia de Alan Arkin como un viejo quejoso que tiene buenos momentos, pero el resto está pintado al óleo, como la belleza mal utilizada de Kim Basinger o el obtuso estereotipo afroamericano de Kevin Hart, que se dedica a corporizar sus parlamentos con la mayor rapidez posible, llenando esa casilla del personaje negro que atrasa y mucho.
Antes de sentarse a «disfrutar» de Grudge Match como vehículo a la nostalgia, es preferible hacer un evento back to back con Rocky y Raging Bull, así al menos el recuerdo de ambas estrellas sigue intacto y no se reduce a este fallido proyecto, que sería como mirar a través de la ventana de un geriátrico para ver una última disputa fugaz entre dos pilares del boxeo.
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