Hablemos de la Segunda Guerra Mundial, ya que para el señor Tom Hanks parece ser un tema de interés. En particular los U-Boot, los cuales fueron los primeros ejemplos funcionales, y en qué forma, de lo que hoy conocemos como submarinos.
Digamos que la humanidad en general está determinada por la incursión de cambios novedosos en nuestras vidas: desde la filosofía, las artes y las ciencias, siempre se amenaza la capacidad de darle un vuelco a todo. Desde la invención de la rueda hasta ahora, ha sido una constante. En la Primera Guerra Mundial, la invención por parte de los británicos de los «carros de combate», que fueron, también, el antecedente de los tanques que conocemos hoy, fue determinante en el desarrollo y fin del conflicto armado al romper con el juego cruel e interminable de las trincheras. Es un caso parecido a los U-Boots. En la Guerra del Atlántico -pequeño teatro de operaciones donde las fuerzas armadas nazis dieron a conocer estos vehículos- dichos artefactos fueron fundamentales en el ataque masivo a los intentos de los norteamericanos de darle suministros de todo tipo a los británicos, los cuales se encontraban asediados por Hitler. Los números son escandalosos y lo vivido por las embarcaciones, que no esperaban en lo absoluto a un enemigo cuasi invisible que desde debajo del agua los fuera diezmando poco a poco, de terror.
En un contexto así surge la historia de Greyhound (2020), segundo largometraje dirigido por Aaron Schneider y que cuenta la historia del capitán Krause, quien en su primera misión en la fragata escolta «Greyhound» (sabueso gris) se enfrenta a la jauría de lobos -el depredador natural del hombre- encarnada en los U-Boots alemanes.
La historia, dentro del planteamiento argumental, es sencilla. Una misión que cumplir, un punto «B» al que llegar, y el clásico conflicto hombre contra hombre en medio de un contexto histórico como el ya reseñado. La película flaquea en algunas cosas: el personaje de Evelyn, interpretado por Elizabeth Shue -y no es culpa de ella- parece puesto allí por alguna necesidad mal entendida de meterle melodrama a una historia que no lo necesita. Lo siguiente es el abuso del aspecto religioso. Se puede entender que, por el período histórico, la religiosidad de los hombres que batallaban era muy patente. Pero, tal y como está planteada la película, aquí se siente completamente desbalanceada. Lo otro es la calidad de las imágenes generadas por computadora.
Se entiende la necesidad del uso de esta técnica porque es imposible hacerlo con naves reales, y filmar en el agua es sumamente caótico. Pero, en consideración a lo positivo y destacable del film, que es la batalla por la supervivencia, la emoción del suspenso generado por la confrontación y el tenso hilo, definido, fuerte y cortante que emerge de los personajes, de un capitán Krause entregado, vigilante, que por días se mantiene en pie por encima de sus capacidades físicas solo por cumplir cabalmente y más allá de su deber, debió invertirse un poco más de presupuesto para unos efectos visuales más convincentes. Es en el protagonista desde donde explota la chispa que genera un despliegue brioso en su tripulación, cuyo despliegue táctico desde el conocimiento de las artes navales, se adapta al ritmo y pasa por encima de las ventajas técnicas de los U-Boot y logra darles una muy pareja batalla.
Una de las figuras a destacar es el actor Stephen Graham, al que ya disfrutamos en The Irishman, interpretando al segundo al mando Charlie Cole, que sirve de bastón al personaje de Hanks, que, por cierto, hace además de productor y guionista de la película.
Greyhound es emocionante, llena de una jerga técnica naval que muy probablemente te hará sentir extraviado, pero cuya acción definirá por completo la excusa.
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