Cuando estas super-especies antiguas emergen de nuevo, todas lucharán por la supremacía, dejando la existencia de la humanidad al borde de la extinción.
La finalización de una etapa cúlmine dentro del estudio Marvel hace escasas semanas ha permitido que el espectador respire, recargue energías y enfoque su atención en otros universos, puntualmente en el MonsterVerse creado por Warner Bros. Por más tumbos que siga dando con el malogrado universo interconectado de superhéroes de DC, en tan sólo tres películas los habitantes originales de la Tierra han demostrado su dominio por sobre la raza humana con las espectaculares Godzilla en 2014 y Kong: Skull Island en 2017. Pero nada nos podía preparar para el festín de titanes que les depara en Godzilla: King of the Monsters, un fabuloso monster mash no exento de falencias, que subsana con un espectáculo visual que sobresale en un 2019 repleto de blockbusters.
Como siempre, es la excusa humana el hilo conector que atrapa y arrastra a los monstruos hacia una colisión impactante con resultados demoledores, quizás el punto más flagrante en las diminutas fallas del film. La familia Russell, compuesta por los científicos Emma (Vera Farmiga), Mark (Kyle Chandler) y su hija adolescente Madison (el debut cinematográfico de Millie Bobby Brown, la Eleven de Stranger Things) tienen una inconmensurable pérdida familiar con el ataque de Godzilla y los MUTOs en San Francisco de 2014, y cinco años después la familia se encuentra fragmentada y desperdigada por el planeta. Son los estudios en el campo de la bioacústica de Emma, dentro de una de las instalaciones de la organización secreta Monarch, los que le dan el puntapié a la historia y dispara una persecución intercontinental en la búsqueda de los titanes durmientes durante eones.
Previamente se había notado ese esfuerzo de interponer a los protagonistas en el camino de los monstruos, y desde el punto de vista lógico, no tiene sentido que se encuentren sucesivamente en la línea de fuego, pero es lo que permite diferenciar a esta adaptación americana de las constantes repeticiones del país de origen de Godzilla, y a esta altura es un detalle perdonable si tenemos en cuenta el marco general de la propuesta, y dejamos en la puerta de la sala la lógica pura y dura que nos repite a gritos que estas cosas no podrían pasar en el mundo real. Por supuesto que no suceden si tenemos a una docena de bichos diezmando ciudades enteras en minutos. No daña para nada que dichos nexos sean actores del calibre de Farmiga o Chandler, quienes han demostrado en el pasado tener emoción a flor de piel para vender cualquier tipo de reacción frente a ellos. La sorpresa es Millie, quien termina de confirmar que es una de las grandes actrices jóvenes de su generación, y a pesar de la escasez de motivaciones de su personaje, resulta airosa con lo que mejor le sale: reacciones a momentos límites dentro de la trama. Junto a ellos se encuentra un variado elenco de sobresalientes actores de la talla de Ken Watanabe y Sally Hawkins (reincidentes dentro de la franquicia) y Bradley Whitford, Ziyi Zhang, Thomas Middleditch y Charles Dance, entre otros, quienes venden una y otra vez la fascinación y el estupor ante las apariciones de los Titanes.
A lo que nos compete. La carrera hacia un evento de extinción como el que se presenta en Godzilla: King of the Monsters se debe vivir en la sala con mayor pantalla y sonido disponibles. Un cine IMAX es casi vital para disfrutar a pleno esta aventura, y es la sala a la que pude tener acceso. El resultado es liberar a un niño interior, que a los 10 años se le abrirá la cabeza mas allá de un superhéroe enmascarado y podría hasta ser una nueva Jurassic Park en materia de maravilla con las criaturas mitológicas presentes. Una cosa es Godzilla, a quien ya conocemos de sobra, pero nada iguala a la belleza de Mothra, la ferocidad del pterodáctilo Rodan o la virulencia de Ghidorah, el otro Alfa que peleará por el dominio de la manada junto a Gojira. No todos conocerán a los titanes, algunos quizás no hayan escuchado de ellos, pero la introducción -o reintroducción, quizás- está realizada con tanto detalle que es para aplaudir, conozca uno o no a dichas criaturitas.
La tarea de Michael Dougherty como director es sublime. El tipo viene de cautivar a sus seguidores con la excelente antología de horror Trick ‘r Treat y la oscura fábula navideña Krampus, y su trabajo en los campos del horror y los monstruos lo hicieron el candidato idóneo para la titánica tarea al frente. No sólo el diseño de los bichejos es inspirador, sino que por momentos aportan un miedo agradable afín al T-Rex y los velocirraptores de Spielberg en aquella visita al parque jurásico en 1993. Esos niveles de adrenalina y el jugueteo inter-género parecían perdidos en el cine actual, pero Dougherty los resucita, con resultados dignos de reverencia. No es fácil soltar estas alabanzas, pero se darán cuenta de lo que hablo cuando se vean abrumados por los efectos visuales de última generación, y en cada rugido y reverberación del mismo que emita Godzilla.
Godzilla: King of the Monsters es estruendosa y emocionante de principio a fin. Maneja sus propios códigos narrativos y sus debilidades se ven opacadas minuto a minuto por sus fortalezas, con lo cual es imposible no pasarla bien. Godzilla recarga y arremete constantemente hacia sus enemigos y hacia la platea, en un peliculón tan estimulante como satisfactorio. Ahora la gran duda es, ¿de qué se va a disfrazar King Kong cuando el año que viene se estrene Godzilla vs. Kong? La respuesta no está clara pero, en vista del espectáculo presente, esperamos una montaña rusa de emociones y choques titánicos. Si tu niño interior se está desvaneciendo, es hora de despertarlo con un rugido de Gojira.
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