Crítica de Ghost in the Shell

Sigue la vida de la Mayor, la única hibrido cyborg-humana, que lidera la sección policial 9. Dedicada a detener a los criminales más peligrosos y extremos, la sección 9 deberá enfrentarse a un enemigo cuyo único objetivo es liquidar los avances de Hanka Robotics en cibertecnología.

Desde hace años que hay interés en Hollywood por trasponer mangas en películas live-action, una práctica que se hace en Japón con normalidad. No obstante, el avance de estos proyectos no se equiparó al hambre de los estudios por nuevas propiedades intelectuales de las cuales obtener potenciales franquicias. Una adaptación de Ghost in the Shell estaba en los planes desde el 2008, mientras que situaciones similares atraviesan Akira, Naruto, Battle Angel Alita –que ya está en post-producción- o Death Note –que se estrena este agosto-. Hay que encontrar el tono adecuado antes de avanzar, después de todo nadie quiere otro desastre como Dragonball Evolution. Y con ese bagaje llega a los cines el nuevo film de Rupert Sanders (Snow White and the Huntsman), uno visualmente impecable que trata de hacer una inmersión profunda en su protagonista.

La película debe mucho de ese componente estético a la versión animada dirigida por Mamoru Oshii, inventiva fuente de muchas secuencias que básicamente se calcan en sus formas y luego se potencian por la vía de un fastuoso CGI, que recarga la pantalla de gigantescos hologramas y tecnología de punta. Si desde el primer momento se evidencian algunas imágenes hermanadas con la producción de 1995 –hay planos idénticos-, también se empieza a identificar el cambio que estará en el centro de esta transposición. Hanka Robotics deja de ser el simple nombre de la compañía pionera en cibertecnología para ser un personaje en sí mismo, en manos de los directivos y científicos detrás de los distintos proyectos, entre ellos el de la Mayor. Así cobra peso su «madre», la doctora Ouelet de Juliette Binoche, en tanto que se pueden empezar a apuntalar los cimentos de lo que será uno de los núcleos argumentales: el tema de la identidad, en relación al personaje de Scarlett Johansson.

Menos contemplativa y compleja que su contraparte animada, esta reduce los conflictos entre departamentos y pierde en darle dimensión a otros miembros de la Sección 9, en pos de fortalecer a la híbrido cyborg humana del título, cuya propia existencia estará en el punto de partida de todo lo que suceda. En ese sentido, tiene el buen tino de personalizar todavía más los acontecimientos. Aun así, en su océano de ceros y unos no encuentra su corazón. Fría y aséptica, no logra generar emociones con su acción perfectamente coreografiada o su uso lascivo de la tecnología. Al guión de Jamie Moss (Street Kings) y William Wheeler (Queen of Katwe) también le cuesta agarrar el ritmo y dejar de sobreexplicar el conflicto o algunos conceptos, problemas que se acrecientan con lo espaciadas de las secuencias de combate.

Ghost in the Shell es un término apropiado para hablar de la Mayor –un cuerpo cibernético con alma-, no así de la película que durante buena parte se muestra como una fulgurante cáscara vacía. Hay un muy buen trabajo de parte de Johansson -ruda y sensual, con su corte de Ramona Flowers-, que tiene trayectoria pateando traseros sea en Lucy o en el Universo Cinematográfico de The Avengers. Suma mucho el tener entre sus filas a Takeshi Kitano, mientras que hay una buena labor de Pilou Asbæk y de Michael Pitt, más allá de que el tratamiento a su torturado villano Kuze lleve a la película por un terreno de obviedad más que conocido. De todas maneras, no se puede decir que esta adaptación represente un paso en falso. Hay algunos elementos a destacar, como las sólidas escenas de acción, la espectacularidad de las imágenes y efectos, el uso tanto del japonés como del inglés en los diálogos y un acertado viraje de rumbo que indaga en el pasado de la Mayor, por fuera de que se adentre en un camino más trillado y decididamente optimista que su versión original. Pero no hay tanta atención a la hora de desarrollar la emoción como sí se pone al diseño de su pulcro exterior. Y así resulta en un film sin ghost.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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