Crítica de Game Night / Noche de Juegos

Max y Annie son pareja y todas las semanas participan de una noche de juegos con amigos. En una de ellas el grado de complejidad se eleva cuando Brooks, el carismático hermano de Max, organiza una fiesta temática de "Crimen Misterioso", con criminales y agentes federales falsos. Pero entonces, el secuestro de Brooks es parte del juego... ¿cierto?

Jonathan Goldstein y John Francis Daley son dos que vienen haciendo sus deberes hace tiempo. Seguramente se los reconozca principalmente por los trabajos como actor del segundo, quien creció frente a cámaras como el Sam Weir de la icónica Freaks and Geeks o el Lance Sweets de Bones, pero desde hace poco más de un lustro que formaron una dúo de escritores que asciende en el terreno de la comedia de alto perfil, sin estar amparados bajo el paraguas de popes como Judd Apatow o Adam McKay. Juntos firmaron las dos Horrible Bosses, que sin ser piezas notables los mostraron abiertos a conceptos originales, mientras que entre otros proyectos se ocuparon de Spider-Man: Homecoming, con la que demostraron un buen manejo de la comedia y la acción. En el proceso hicieron su debut como realizadores con el relanzamiento de Vacation, bastante atado a la versión de 1983 y con decisiones cuestionables en términos de humor, más orientado a subir la apuesta en términos escatológicos de forma gratuita. Por fortuna eso no sucede con Game Night, una película en la que vuelven a dar cuenta del dominio sobre los géneros arriba mencionados, en el marco de un misterio absorbente que se complica con cada lanzamiento de los dados.

Max y Annie se conocieron siendo rivales en un juego de preguntas y respuestas de un bar, pero no tardaron mucho en darse cuenta de que era más lo que los unía que aquello que los enfrentaba. Esa pasión por lo lúdico y el espíritu competitivo se trasladaría a su vida cotidiana, consolidándose como una pareja que semana a semana organiza una noche de juegos con sus amigos. Premisa que tiene resonancia en la actualidad gracias a la vuelta del tablero como punto de reunión, el fenómeno de las salas de escape y demás. Es otra buena lectura generacional –llevada a un extremo- por parte del guionista Mark Perez, que dejó pasar más de una década para volver a escribir una película. En el 2006 le ponía la firma a Accepted, con la mirada puesta en aquellos adolescentes dejados de lado por el sistema educativo norteamericano, problema bien real que encontraba una solución en una facultad propia en la que cada uno podía ser profesor. En esta oportunidad pone el foco en matrimonios relativamente jóvenes, sin hijos, que están en un sendero de maduración y con el temor a dar un gran paso que les cambie la vida para siempre, pero que no quieren perder ese disfrute inacabable que es la vida cuando no se tiene a nadie a cargo.

Para ello se convoca a una dupla fenomenal de actores. Jason Bateman se ha convertido en una de las caras más reconocibles de la comedia norteamericana a la hora de pensar en el prototipo del hombre bueno, el tipo corriente que está encaminado en un ideal de clase media alta. Rachel McAdams desde hace cinco años que tomó cierta distancia de la comedia romántica en busca de roles más contundentes y jugados, pero aquí demuestra que no ha perdido un ápice de timing en lo que a humor se refiere. Los dos comandan con notable química una producción que los hace atravesar todo tipo de situaciones alocadas, de un delirio creciente, pero desde la sonrisa de oreja a oreja que comparten desde el primer momento se sabe que todo estará bien mientras estén en pantalla.

Los directores dejan buena parte del peso en sus hombros, pero también dividen la atención en otras dos parejas con problemas propios, con lo que se sigue con atención sus labores como jugadores e individuos. Lamorne Morris y Kylie Bunbury son los que han estado juntos desde adolescentes, a diferencia del eterno donjuán Billy Magnussen que lleva a su compañera de trabajo Sharon Horgan para intentar ganar de una vez por todas, pero ambos dúos se verán igualmente interpelados por los eventos de la noche. Puntos extra por un Kyle Chandler que se sale del terreno de la corrección para interpretar al hermano de Max, un hombre capaz de conseguir todo lo que el otro no tiene, mientras que un siniestro Jesse Plemons se roba sus escenas cada vez que aparece. Ya el combo es lo suficientemente apetitoso, pero hay pequeños toques de figuras reconocidas como Jeffrey Wright, Danny Huston o Michael C. Hall para terminar de condimentarlo.

Game Night dispone de la ciudad como un tablero en forma bastante literal, con planos abiertos y con cierto desenfoque que hace que los autos y edificaciones reales parezcan piezas. Las bases y condiciones se ofrecen desde un primer momento y cada equipo se lanza a la aventura según sus propios términos, aunque cada uno irá dándose cuenta a su ritmo que las cosas no son lo que aparentan. En el proceso, Goldstein y Daley brindan secuencias de acción a las que no le faltan las risas, con un balance notable entre los dos terrenos y sin recurrir al humor simple de Vacation, cargándose de referencias –la de Pulp Fiction es fantástica- y del dinamismo propio de un grupo de amigos que se ven sobrepasados por la situación. Su primer trabajo detrás de cámaras no había demostrado demasiado, pero aquí están en pleno uso de todo su potencial y el resultado es ideal. No por nada se ganaron la oportunidad de dirigir la próxima película en solitario de Flash.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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