En la historia del cine ha habido grandes ejemplos de falta de previsión, pero pocas veces ha involucrado a tantos, en reiteradas oportunidades, como en el caso de las G.I. Joe. Una de las principales fallas de The Rise of Cobra se daba en materia del flojo elenco, pero aún a pesar de cuestionables decisiones, tenía la suerte de contar con dos actores actualmente en demanda: Channing Tatum y Joseph Gordon-Levitt. Al primero le llevaría algunos años más llegar bien alto, pero ya el segundo pedía pista y la recibiría a partir de su paso por Inception, algo que los productores no avistaron que estaba a meses de ocurrir. Él todavía puede someterse a importantes sesiones de maquillaje para cambiar su rostro –como en uno de sus últimos trabajos, Looper– pero ya pedir que encima de eso utilizara una máscara y modificara su voz, era una invitación a la otrora estrella infantil para que no se hiciera presente en la secuela.
En lo que a esta segunda parte respecta, las malas decisiones persisten pero a un nivel más perjudicial. Es que a esta altura del partido, quien se pone en la piel de Duke no es el ex stripper de Tampa, sino el ascendente Tatum, el hombre capaz de agradar al público masculino y al femenino por igual, aquel que se mueve como pez en el agua sea dentro de una comedia, de una película romántica u otra de acción, y quien viene de un 2012 con un trío de éxitos en cartelera. Son razones de público conocimiento que ninguno de los involucrados anticipó la explosión del actor –así como la necesidad de que todo tanque sea en 3D-, pero lo que se encuentra de cara a Retaliation no es sólo la falta de visión frente a aquello que tenían en las narices, sino también absoluta resignación. No sería la primera vez que un personaje desaparece de una franquicia para volver después –pienso en que la oportunidad de hacer la gran Toretto en Fast & Furious todavía está vigente-, pero en esta secuela hay implicaciones que no hubiera tenido de haber removido al protagonista desde el minuto inicial.
La nueva G.I. Joe tiene un torpe comienzo. Sucede que en vez de haber una misión/presentación y después pasar a un conflicto –como se nota que así era originalmente-, los realizadores quisieron darle más tiempo en pantalla a Channing Tatum insertando una segunda operación. En cierta forma, la película no termina de arrancar. O lo hace, frena, y vuelve a hacerlo. En estos primeros minutos quedará de manifiesto el mayor error de la producción, ya que si bien no se pudo hacer futurología y saber que dos de los actores que estaban en plantilla iban a ser grandes figuras apenas un tiempo después, es evidente la incapacidad para notar que la química entre Duke y el Roadblock de Dwayne Johnson es total. Con dos hombres con trayectoria en la acción y con buen timing para el humor -que interpretan a un dúo que compensa la inexplicable elección de Marlon Wayans para la parte uno-, no se entiende como guionistas, director y productores no se hicieron algún tipo de planteo desde el inicio de la filmación.
La falta de criterio determinará en buena parte el resultado general. Se incorporará a un Bruce Willis en clave John McClane –aunque más medido y coherente que en la última Die Hard– que a fin de cuentas tendrá menos tiempo de pantalla que Tatum, y se dejará muy solo al ex The Rock, que si bien va a estar acompañado por Adrianne Palicki –mejor contraparte femenina que Rachel Nichols– y un no muy destacable D.J. Cotrona, cargará con un peso que habría estado mejor balanceado con un segundo protagonista. Del mismo modo, la conversión al 3D en post no hará más que poner en evidencia ciertas carencias, con un retraso de 6 meses en la fecha del estreno para un efecto que apenas se nota en un solo combate de 8 minutos.
Si la primera daba rienda suelta a la imaginación e incluía cualquier tipo de imposibilidad tecnológica, esta oportunidad sirve –al menos hasta la destrucción masiva final- como un cable a tierra para una franquicia que no necesita de herramientas cada vez más poderosas, sino un guión más sólido o un director con mayor trayectoria para sostenerla. Porque traer a un realizador como Jon Chu, cuya experiencia es de forma predominante en las películas de baile, pero tener apenas algunas secuencias de acrobacia nada espectaculares –una en la montaña se destaca-, parece una mala decisión, lo mismo que tener a la pareja de escritores de Zombieland detrás del boceto y matar al gran comic relief a los quince minutos.
No es casual la mención a la saga Rápido y Furioso, porque G.I. Joe tiene a las claras un recorrido similar, con personajes que se usan en una película, en otra no, pero con la posibilidad abierta de una reunión general si la franquicia así lo demandara. Hasta que logre dar con el tono justo, la serie transpirará ese vaho conformista que impregna a Retaliation. Los efectos son buenos porque el mercado así lo exige, pero si el humor o la acción no son notables, es algo que se puede tolerar porque el resultado seguirá siendo el del entretenimiento pasajero que se buscó en primer lugar. El principal logro de esta secuela seguramente es el de poner por delante a los hombres antes que a las herramientas, y con eso ya hay suficiente como para superar a la original. Este grupo de soldados de élite tiene los actores y la premisa como para ofrecer algo más destacado. Para directores que reciclan una misma idea, guionistas sin inspiración, un festín de hierro doblado y la sensación de mediocridad generalizada, Hasbro ya tiene a Transformers.
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