Pixar nunca fue un estudio escaso en ideas innovadoras, siempre fue una vanguardia animada, que entregó película a película vastos mundos ricos en detalles y personajes inolvidables. Su aproximación a las secuelas de películas adoradas no sigue un camino irregular, sino que todas resultaron o excelentes –Toy Story 2 y Toy Story 3– hasta pasables –Cars 2, la menos querida de toda la filmografía del estudio-. Es por eso que el anuncio de Finding Dory resultó al mismo tiempo un estallido de euforia y un silencio de expectativa. Después de todo, Finding Nemo es una de las aventuras animadas más estimadas por el público de todas las edades, con momentos imborrables que cimentaron la fama de la compañía como una gran casa narradora. Han pasado trece años y, si bien el regreso al mundo acuático ya no es similar, es una estupenda continuación que aprieta todos los botones nostálgicos correctos.
No sé hasta que punto se puede hablar de nostalgia si no han pasado tantos años, tanto en la vida real como dentro de la historia, donde ha transcurrido un año desde la gran aventura de Marlin, Dory y Nemo. La familia marítima está más contenta que nunca, hasta que Dory comienza a tener flashes de su vida de pequeña, junto a sus padres, antes de extraviarse en una escena tan triste como esperanzadora mientras el tiempo corre y la tierna y pequeña Dory crece y se convierte en el personaje que todos conocemos y amamos. Esta conveniente artimaña del guión la fuerza a emprender un viaje para reconectarse con su familia biológica.
Lo que se antoja como una nueva travesía resulta un poco desconcertante porque el tiempo de viaje resulta cortísimo para llegar a un solo lugar, la Joya de Morro Bay, donde tiene lugar la mayoría de las escenas del film. Hay prácticamente muy pocos personajes conocidos que se extrañan -la tortuga Crush tan sólo tiene una escena, muy corta-, todo para presentar a la nueva tirada de animales que acompañarán a Dory en su búsqueda. Dichos personajes tendrán su prueba de fuego para quedarse en la retina de los espectadores, pero resultan peculiares y adorables, como la increíble beluga Bailey de Ty Burrell, la ballena tiburón miope Destiny de Kaitlin Olson o el escurridizo pulpo Hank de Ed O\’Neill. Por supuesto, toda la atención está puesta en la maravillosa Dory de Ellen Degeneres, que regresa al adorado pez azul como si no hubiese pasado un día desde que le dio vida con su voz.
Algunos momentos de drama son creados para que los personajes se peleen entre sí, lo cual parece muy extraño porque el drama en Pixar siempre se siente natural y doloroso en sus mejores peores momentos. No alcanza el nivel de lágrimas del basurero en Toy Story 3, pero hay escenas en Finding Dory que tendrán a muchos conteniéndolas. El director Andrew Stanton parece haber rebotado del mundo live action con la aburrida John Carter y volvió con todo en la secuela animada, que se ve hermosa y casi palpable en sus imágenes como cualquier producto animado, a lo que se le suma un puñado de escenas de persecución muy interesantes -todo dentro de los confines del santuario marino donde tiene lugar la acción- y un par de aplaudibles momentos de comedia. Uno de ellos, totalmente inesperado, es la mención de una gran figura de Hollywood que se interpreta a sí misma y causa risas cada vez que hace aparición en escena.
Finding Dory es una vibrante y entretenida comedia animada que le da su momento de brillar a la pez azul y la acompaña en un viaje único, que alcanza cotas inusitadas de locura cuando debe y, cuando no, es una sentida continuación a una de las películas animadas mas repetidas hasta el cansancio en la niñez de cualquiera.
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