Crítica de Fear Street (Parte 1): 1994

Un círculo de amigos adolescentes se encuentra accidentalmente con el antiguo mal responsable de una serie de brutales asesinatos que han asolado su ciudad durante más de 300 años. Bienvenidos a Shadyside.

Fear Street hizo su debut y el futuro es bastante promisorio.

Dirigida por Leigh Janiak (Honeymoon) y escrita por la propia Janiak, Kyle Killen y Phil Graziadei llega la primera parte de tres de la adaptación homónima de una de las series literarias más reconocidas del laureado escritor estadounidense RL. Stine, conocido mayoritariamente por haber creado, ya hoy considerada de culto, la serie Escalofríos (Goosebumps) que tanto éxito tuvo en nuestro país hace aproximadamente 20 años.

La primera parte de la trilogía nos ubica en un pequeño pueblo en donde a lo largo de los años, y casi que de toda la vida, han ocurrido horribles crímenes y homicidios en donde parecería que no hay relación posible que los pueda unir. Pero aquí entran en escena nuestros protagonistas Deena (Kiana Medeira), Samantha (Olvivia Welch), Kate (Julia Rehwald), Josh (Benjamín Flores Jr.) y Simon (Fred Hechinger), un grupo de adolescentes que de buenas a primeras empezarán a ser casados por diferentes asesinos de diferentes épocas que parecieran haberse levantado de la tumba exclusivamente para liquidarlos. Ellos deberán arreglar algunas situaciones personales y resquemores que se tienen para poder zafar de la muerte, por lo menos por un tiempo, mientras intentan descifrar los motivos por los que estos entes malignos están tras ellos.

Así de simple y banal es la trama de esta primera parte que a priori no presenta nada nuevo con respecto a las otras tantas producciones de terror que se estrenan por año. Sin embargo, la función de esta película no es tanto la de hacerse valer al 100% por si misma ya que cómo sirve más como preámbulo para lo que vendrá en las partes dos y tres. Ahora bien, si es verdad que esta película puede ser analizada de forma individual ya que tiene los argumentos suficientes para un análisis un poco más profundo. Su acierto principal es el tono, en donde no sólo tiene que ver esa estética de fines de los ’80 y principios de los ’90, con mil y un referencias forzadas a la cultura pop de aquella época -de la que Netflix es tan simpatizante de estirar hasta más no poder-, sino que más bien con las problemáticas que tratan sus protagonistas.

Después por supuesto que la esencia del cine de terror mainstream están a plena vista. Es palpable y, sobre todo, justificable ya que la película juega con eso para acercar al público fanático del género más no tanto del tipo juvenil y de retener o de acaparar la atención de un público al que está perdiendo por una cuestión de la edad. Es innegable que la distribución de la película bajo los términos de «de los desarrolladores de Stranger Things» no es casualidad, ya que la cinta poco tiene que ver con lo que sucede en aquella serie e incluso el corazón es otro, quizás hasta más autentico. Jugando más fuerte en puntos clave, siendo directos, sin lugar a especulaciones o falsas interpretaciones es donde la cinta muestra su mejor cara, cuando tiene la determinación suficiente para abrirse camino de manera directa y en los momentos justos, el potencial despega y deja en el espectador la sensación de que lo que viene será mejor, por el simple hecho hacer saber que el melodrama teen no tendrá tanto lugar o que por lo menos no es tan determinante.

La segunda parte de la trilogía promete ir más al slasher de los setentas con claras referencias a la saga de Viernes 13 en donde se verá mas en detalle a uno de los personajes antagónicos de esta primera parte y pareciera que la sangre va a salpicar mucho más de lo que ya vimos. Habrá que ver cómo se desarrolla la historia y si está a la altura. Si no pierde tiempo en intentar desarrollar personajes que nada aportan, relaciones que luego no existen y que podrían no haber estado. Si afianza los puntos altos y no pierde tiempo en elementos que no aportan absolutamente nada tendremos una mejor secuela y continuamente una resolución que ya se hace desear.

 

 

 

 

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Tomás Ruiz

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