Crítica de Fair Game / Poder que mata

Narra la historia real de Valerie Plame, una agente de la CIA cuya identidad fue desvelada por miembros de la Casa Blanca para desacreditar a su marido, quien en el año 2003 escribió un polémico artículo criticando el inicio de los ataques norteamericanos en contra de Irak.

Segundos antes de apretar el botón de play para reproducir el DVD de Fair Game, los portales de Internet de todo el mundo difundían la muerte de Osama Bin Laden y la memoria colectiva se retrotraía al 11 de septiembre del 2001. Minutos después de una breve introducción, los créditos al ritmo de Gorillaz daban cuenta del punto de partida de la historia, el ataque terrorista a las Torres Gemelas y el interrogante acerca de qué seguiría, pregunta que hoy, diez años más tarde, vuelve a tener vigencia.

El filme de Doug Liman (The Bourne Identity) encara uno de los temas más oscuros y polémicos de los últimos años, la invasión que Estados Unidos encabezó en contra de Irak con el pretexto de desabastecer al país de sus armas de destrucción masiva, armas que se probó más adelante nunca existieron. Como en el caso de Green Zone de Paul Greengrass, se trata de una crítica al Gobierno norteamericano y su fachada protectora con la que ocultaron otro tipo de intereses, aunque en esta ocasión la mirada se sitúe en los agentes que producen la inteligencia y no en los soldados que la reciben y ejecutan. Hay en esta también otro tipo de reproches hacia el prejuicio y al miedo injustificado, incluyendo así tanto a la sociedad civil como a los medios de comunicación que no solo avalaron sino también alentaron el avance militar.

Siendo este un tema tan vasto y poco explorado, parece demasiado el tinte de drama familiar que atraviesa a la historia. La relación de un matrimonio que se desgasta y los problemas laborales, en este caso particular, de alcance internacional, son muy amplios como para intentar abordarlos en forma conjunta. Así se percibirá que durante una extensa porción de la película las dificultades maritales no serán mencionadas, sólo para retomarlas más adelante en la forma de un conflicto importante que necesita una separación temporal. Este aspecto no sólo no tiene el desarrollo suficiente sino que termina por teñir de melodramático a uno de los cuestionamientos políticos más graves de la historia reciente.

La tercera colaboración de Sean Penn y Naomi Watts, luego de The Assassination of Richard Nixon y 21 grams, los encuentra inmersos en una intriga de gran interés a la que ellos aportan su cuota de solidez en la construcción de los personajes. A diferencia de todos los filmes de acción que el director realizó en la última década, Fair Game es un interesante thriller político en el que sus protagonistas no lanzan golpes ni usan sus pistolas, sabiendo que en muchas oportunidades la (des)información puede ser la mejor arma.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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