«Tan solo otra terriblemente aburrida dramatización del colapso de las Torres Gemelas». Con cierto profesionalismo, un espectador norteamericano poco feliz con el resultado de Extremely Loud and Incredibly Close modificó un póster de la película para que se leyera la frase que inaugura esta crítica, en vez del título de la misma. Su comportamiento puede ser tildado de vandalismo, es no obstante una toma de postura válida a la que se le da la bienvenida: en Estados Unidos están superando los atentados del 11/9. Debió pasar una década entonces para que una producción como la de Stephen Daldry sea considerada como lo que es, un film falto de ritmo y emoción, cargado de golpes bajos con los que una y otra vez se busca retorcer una herida.
El realizador británico de Billy Elliot repite los pasos que hiciera en el 2008 con The Reader, es decir un producto lacrimógeno, sencillo y con un elenco de figuras, opción ideal a la hora de los premios de la Academia. Cuando en repetidas ocasiones la película parece encauzar su ruta y dirigirse hacia un mejor puerto, especialmente desde la primera aparición del enorme Max von Sydow, hay un empolvado as bajo la manga que recuerda el espíritu de solemne in memoriam al que apunta. Así pondrá en boca de un niño de once años el recuerdo del temor al transporte público y a los paquetes olvidados, igual que las dudas por el significado de los atentados. Del mismo modo lo hará desenterrar las fotos de aquellos que saltaron hacia el vacío, en lo que supone el intento más bajo de rasgar la cuerda sensible.
Son el veterano actor sueco y el debutante Thomas Horn quienes brindan las mejores interpretaciones, aportando lo mejor de lo suyo a cada papel, a diferencia de un Tom Hanks y una Sandra Bullock que solo cumplen. De la relación entre el anciano y el chico, cuya naturaleza se adivina bastante antes de lo previsto, y del encuentro con los diferentes Black, incluso aquellos forzados como con Viola Davis y Jeffrey Wright, nacen los puntos más destacados de la producción, más allá de que cada contacto derive en un monólogo sentimentaloide del niño.
El 29 de septiembre del 2001, en la apertura de temporada de Saturday Night Live, Lorne Michaels preguntó al por entonces intendente de Nueva York, Rudy Giuliani, si se podía volver a reír. La frase y la respuesta de ambos pasaron a la historia: diez años antes y por televisión, un político en la mira de todo el mundo dio el «OK» para que el humor volviera, tan solo 18 días después de la tragedia. Para otros, como Daldry, su guionista Eric Roth y el novelista Jonathan Safran Foer (autor de Everything is illuminated), una década todavía no es suficiente.
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