Crítica de Extraños en la Noche

Martín y Sol, una joven pareja de músicos, se convencen de que en el departamento de arriba se cometió un asesinato. Así, los dos protagonistas se convertirán en insólitos investigadores y terminarán metidos en toda clase de enredos y equívocos.

Extraños en la noche marca el paso de Alejandro Montiel al cine industrial tras años de producciones independientes. A este salto a lo masivo lo hace con una comedia romántica mezclada con policial negro en la que se reconocen elementos de sus anteriores trabajos, especialmente en lo que a humor respecta. Sin llegar al grotesco de Las Hermanas L., pero con sus buenas dosis de absurdo, se conduce esta historia irregular que no termina de amoldar ambos géneros, dedicándose a uno o al otro de acuerdo al avance de la trama, pero sin terminar de desarrollar del todo a ninguno.

¿Qué, quién, por qué?. Junto a los protagonistas, en los primeros minutos de metraje, tenemos una idea de qué es lo que ocurrió, a la vez que logramos saber cuál es la verdadera identidad de la víctima, algo que a ellos se les niega. Con estos datos e ignorando las causas, algo que como se revelará al final es lo de menor importancia, el espectador se encuentra varios cuerpos por delante de los «investigadores amateurs», algo que suele ocurrir en materia de suspenso al revelarse información a la que los personajes de momento no pueden acceder. El asunto es que, a ojos del público, el policial se ve suspendido prácticamente hasta el cierre, en un lento rastreo de pistas que conduce hacia aquello que sabemos desde el comienzo.

Esto habilita la posibilidad de que se pueda desarrollar sin roces el aspecto romántico, un amor atravesado por la música, los problemas económicos y, desde luego, lo detectivesco. Entre Diego Torres y Julieta Zylberberg hay buena química, sostenida principalmente por la frescura y el talento que la joven aporta. Él por otro lado lleva un papel que no termina de cerrar en el contexto de la película, exagerando los gestos y reacciones de su músico snob causando cierto absurdo que no se condice con el resto de las interpretaciones.

Más allá de que tenga sus momentos logrados, muchas referencias al cine, buen manejo técnico desde lo policial y algunos apreciables pasos de comedia, la historia transita por rutas bien conocidas que la llevan hacia desenlaces obvios. Después de todo, ¿alguien pensaba que Diego Torres solo iba a tocar el piano?.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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