Eli es un niño que padece una enfermedad autoinmune. Como último recurso, es llevado a una mansión libre de gérmenes para recibir tratamiento. Durante su estancia, le atormentan visiones terroríficas que otros consideran alucinaciones.
Es una verdad universalmente conocida que Netflix no siempre le acierta con el estreno de sus largometrajes. Mucho menos cuando se trata del lanzamiento de propuestas de terror, que usualmente caen en saco roto por su calidad y falta de inventiva. Inicialmente, Eli se presentó como un estreno comercial, pero la distribuidora Paramount Players vendió los derechos al por ahora gigante del streaming cuando no supo cómo comercializarla. Por supuesto, todos estos datos son desconocidos para el espectador pasajero -yo los investigué una vez terminada la película- y al comienzo se encuentra con una efectiva carta de presentación, donde el protagonista homónimo enfrenta una angustiosa pesadilla en donde exponerse al aire libre prácticamente lo deja incinerado. Tal momento es suficiente para atrapar la atención efímera, pero la misma se desmorona cuando elige un camino muy transitado en el género a pesar de contar con ciertos elementos que la intentan separar de la media.
Basada en una historia de David Chirchirillo (Cheap Thrills) que fue destacada en la Black List del 2015 -una lista que presenta los bocetos más destacados que todavía no entraron en producción- y con guion de Ian Goldberg y Richard Naing (The Autopsy of Jane Doe), Eli presenta al pre-adolescente protagonista (Charlie Shotwell) y a sus incansables padres (Kelly Reilly y Max Martini) en su lucha por erradicar a su hijo de una enfermedad autoinmune que lo está matando poco a poco. Con el dinero y las esperanzas disminuyendo precipitadamente, su última jugada es el tratamiento experimental de una doctora (Lili Taylor), que los recibe en una casa de campo modernizada y adaptada a la peliaguda situación del pequeño. Pero aparte de las visitas de una joven vecina (Sadie Sink), Eli se enfrenta a otro tipo de visitas nocturnas que lo incitan a descubrir el halo de misterio que envuelve a la doctora, a la lúgubre mansión, y a su futuro incierto.
El irlandés Ciarán Foy se dio a conocer al mundo con la tétrica y asfixiante Citadel, para luego hacer su salto al charco con la algo decepcionante secuela Sinister 2. Unos cuantos años separan a Eli de aquellas dos, y no se puede decir en forma fehaciente que el espacio haya servido para afilar la destreza del irlandés o, al contrario, demuestre toda su valía. El film recae en ese intenso y detestable cliché de poblar el metraje con sustos baratos, de esos en los cuales un mal CGI hace acto de presencia una y otra vez, abaratando el nivel con cada repetición. Pero incluso esos detalles no terminan de socavar la incertidumbre que conlleva la historia, el saber qué es lo que ocurre realmente.
La dilación de ese misterio corre a cuenta de Foy, quien dirige con gran acierto a su elenco, empezando por la joven promesa Shotwell como el atormentado protagonista, y sigue con los adultos, con unas geniales Reilly y Taylor (abonada al género, quien aporta una gran cuota de dignidad) que rellenan de peso dramático la pantalla. La verdadera encrucijada llega al momento de desenredar la trama, donde una revelación lleva a la otra y lo que parecía una historia de una casa embrujada se convierte en… algo más. Revelar tal información perjudicaría el poder de tal giro en la platea, pero se troca un género por otro agregado genérico tan salido de la nada que es para aplaudir por su audacia o para tirar un zapato al televisor o su dispositivo de visualización preferido. Eli va hacia un lugar impensado, resta decir, y está en cada uno aceptarlo con un salto de fe o desconectarse completamente.
No puedo recomendar Eli con todas mis ganas, pero encaja perfectamente en la categoría películas de terror para mirar un domingo lento. Lo que resta en poca innovación lo gana en osadía de llevar adelante y con mucho aplomo una historia muy tirada de los pelos, y lo bien que se la pasa el elenco vendiendo la misma como si fuese Sexto Sentido -no, no es una pista de su giro argumental-. Pulgar arriba al esfuerzo, pulgar abajo a todo lo demás.
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