Llueve copiosamente y en la calle no hay un alma. Araujo está refugiado bajo el alero de un local cerrado. En los charcos distingue, deformado, un cartel luminoso. Levanta la vista y descubre, delante suyo, la fachada del Banco Río.
Una pieza de arte en 3D abre El Robo del Siglo. Quien contempla dicho juego de perspectiva es Fernando Araujo, la mente detrás del histórico asalto. Lo que se ve y lo que es, dualidad que definirá a su propia obra maestra, aquella que da título a la nueva película de Ariel Winograd.
El recordado asalto al Banco Río en el 2006 tiene todas las herramientas para resultar en una gran heist movie y su ejecución es impecable. Araujo y Vitette Sellanes, Diego Peretti y Guillermo Francella, son las caras fuertes del equipo. El cerebro y el corazón, el hombre con el plan y el profesional con la capacidad de llevarlo adelante. Afianzada la dupla, las demás son fichas que caen con la precisión de un mecanismo de relojería. El plan pensado hasta el último detalle, el armado de un equipo cuyas caras se definen por lo que aportan al asalto y la puesta en marcha de la operación, desde la fase de recolección de información a la preparación y la posterior hechura. Darío Eskenazi evoca al western con sus acordes. Sin armas ni rencores, por un puñado de dólares… uno bien grande.
El Robo del Siglo es, ante todo, una comedia. Difícil no serlo con semejante material de base. Un show dispuesto para los medios y la Policía, a sabiendas de que no se iba a intervenir por temor a que resultara en una masacre como la de Ramallo. Así, unos pícaros sinvergüenzas ponen en ridículo a la Ley, con un asalto que se ha dicho fue cinematográfico y con razón. Se montó el espectáculo, mostraron lo que quisieron a quienes querían verlo. Un acto de prestidigitación.
Y Winograd se muestra una vez más como el hombre indicado para llevarlo adelante. Uno de los cineastas más prolíficos del país, mantiene un ritmo de trabajo con el que otros sueñan y hace un tipo de película muy difícil de encontrar. Todos sus films tienen alto atractivo comercial, pero no deja de ser un cine muy personal. Imprime su sello a lo que rueda y así entrega proyectos de calidad, pero también de alto perfil.
Araujo y el productor Alex Zito (Vino para Robar, Mi Primera Boda) son los guionistas de esta película, que es permanentemente cómica. Una que va en ascenso y que se vuelve mejor conforme corren los minutos, una vez que se pone a tiro con el ritmo. Con el equipo armado y el plan en marcha, El Robo del Siglo va sobre ruedas. Son sus primeros minutos, no obstante, los que se sienten apresurados por demás, sobre todo alrededor del personaje del propio Araujo.
El creativo, el ladrón renacentista, un hombre en busca de su verdadera vocación, alimentado espiritualmente desde distintas vertientes. Una rara avis que funciona a base de epifanías e inspiración, que comete el asalto porque puede, no porque lo necesite. Peretti es ideal para encarnarlo. Hay mucho de Emilio Ravenna en Fernando Araujo. Pero El Robo del Siglo gravita más hacia Mario Vitette Sellanes y Guillermo Francella, menos a la filosofía y más al humor. Hacia el ladrón profesional, la histriónica cara visible del asalto, hacia sus dramas familiares con una hija permanentemente decepcionada. Fernando y Mario juntos son una dupla inolvidable. Con sus distintas miradas sobre el mundo, da placer escucharlos interactuar. Por eso también es que hay apuro por juntarlos, después de todo de su comunión reside el fuerte de este film, y sin dudarlo se sacrifica el desarrollo de cualquier otro personaje en pos de ello –hay breves pantallazos a la vida del resto de la banda, pero no son mucho más que una función-.
La comedia siempre está a punto, como en toda película de Winograd, y es una constante a lo largo de sus casi dos horas, en las que se recrea con absoluta verosimilitud un robo que entró en la historia del país. El éxito que ha tenido en los últimos años la transposición en pantalla grande de notorios hechos criminales encuentra una variante más ligera, pero igual de disfrutable, en El Robo del Siglo. Con una dupla protagonista en sendos roles que entienden a la perfección y con un altísimo nivel de producción, para darle a semejante acontecimiento un tratamiento propio del cine que se hace en el exterior. Sin monstruos ni otra arma más que un impecable sentido del humor.
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