Es imposible no trazar comparaciones entre El Potro, Lo Mejor del Amor y Gilda, no me arrepiento de este amor. Son patentes las similitudes entre las carreras de Miriam Alejandra Bianchi y Rodrigo Bueno, de ascenso meteórico como figura de la música tropical y muerte temprana en un accidente automovilístico en plena cresta de la ola, pero la directora de ambas, Lorena Muñóz, se encarga de reforzarlo al hacer dos biopics muy parecidas. El mismísimo título anticipa paralelos que se mantendrán con la estructura clásica de film biográfico musical, su exceso de recitales, su placa dedicatoria del final, la canción ominosa que anticipa el final del protagonista y más. En su resultado, la película de Rodrigo queda lejos de la de Gilda, original y con la carismática Natalia Oreiro al frente en el papel de su vida. Y si termina en una nota positiva es, fundamentalmente, por la propia música del cuartetero cordobés, que como demuestra desde hace casi dos décadas es capaz de levantar cualquier fiesta.
El Potro arranca con Rodrigo próximo a subir al ring del Luna Park, vestido como boxeador y listo para brindar uno de los 13 shows que daría en ese mítico escenario. Dicha secuencia anticipa una mirada sobre lo que fue el fenómeno sociocultural que representó el cantante, que con esos recitales terminó de entrar en la historia grande de nuestro país, sin embargo la exploración acaba por ser superficial. El foco de interés pasa por otro lado, con la atención más bien puesta en el hombre detrás del Potro, pero se minimizan sus logros como si no se tuviera memoria o se desconociera el impacto que provocó Bueno en la Argentina de aquellos años.
Una biopic de corte más bien clásico, se enfoca principalmente en sus primeros años antes de alcanzar tamaña magnitud. Su ascenso está bien trabajado, pero para el momento en que se instala el cuarteto de Córdoba a nivel país y se vuelve su estrella más brillante, el foco de la película pasa más bien por otro lado. Por sus excesos –que elige no mostrar en forma explícita, pero lo deja entrever- y por sus malos tratos a Patricia Pacheco (Malena Sánchez), con un desarrollo tibio como personaje que lleva a que la atención que se le presta resulte excesiva e innecesaria, como quitándole tiempo de calidad a lo que debería estar mostrando. Así, el hecho de llenar nada menos que 13 Luna Park pasa como un montaje más y el cantante es otra figura en ascenso, no el ídolo popular que fue.
Hay un muy buen trabajo sobre todo en la primera parte. Hay dos sólidas labores de quienes constituyen la figura paterna. Si en Gilda era ausencia, acá es presencia constante. Daniel Aráoz hace un gran trabajo como el padre de Rodrigo Bueno y la película se sostiene mucho en ese vínculo. Cuando fallece en forma repentina, cuando su hijo estaba por empezar a ascender entre las filas de la música tropical, el impacto se siente. No solo para El Potro, sino también para la película, que pierde uno de sus pilares y le costará terminar de estabilizarse. Fernán Mirás hace otra muy buena actuación como El Oso, representante que termina adoptando ese rol paterno, pero ya es tiempo de excesos y el interés de Muñóz y su co-escritora Tamara Viñes pasa por otro lado. Uno piensa que la figura de Beatriz Olave podría haber tenido más atención, pero lo cierto es que Florencia Peña no da la talla. Desde los dos minutos de película, cuando reza en cordobés y en la siguiente escena pierde el acento –que va y vuelve cuando quiere-, su trabajo no termina de ser creíble.
En forma similar a la película de Gilda, hay un abuso importante de recitales. No es un problema grave porque no hace falta mucha excusa para querer escuchar hits como Amor Clasificado, el tema es que hay muy poca progresión narrativa. Están muy bien filmados y el protagonista Rodrigo Romero puede hacer todo su despliegue como el cantante, pero solo uno de los shows es aprovechado para mostrar algo de desarrollo de personaje. Los otros son fragmentos completos de recitales que suman para la platea que quiere ponerse a cantar a la par, pero que no se aprovechan del todo para terminar de dar solidez a la historia. Dicho sea de paso, Romero es físicamente igual a Bueno y hace una labor de imitación fantástica, con los mismos gestos y movimientos. Se nota la falta de experiencia a la hora de los momentos dramáticos más exigentes, pero la labor en líneas generales es más bien convincente.
Para el final, la cámara de Muñóz filma muy bien lo que fue la absurda muerte del cantante, con un futuro increíble por delante que quedaría trunco. Pone la piel de gallina el nene que interpreta al hijo de Rodrigo, que hace pensar en Jackie Coogan en The Kid. El Potro, lo mejor del amor elige qué historia contar e indudablemente es una influenciada por la época actual, con una directora que emite su juicio sobre el protagonista. Aquellos años fueron muy intensos y muchas cosas que están bien presentes en el recuerdo popular quedan afuera. Termina por ofrecer una mirada superficial en su ambición de abordar tanto sus fallas como hombre como su ascenso al estrellato nacional en igual medida, todo mientras incluye media docena de canciones completas.
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