Martín viaja a Choele Choel, una ciudad ubicada en la Provincia de Río Negro, para encontrarse con Mariano, un hombre de 63 años que se dedica a hornear ladrillos en su chacra.
Hace no mucho tiempo, el documentalista Martín Farina presentaba oficialmente Fulboy, su primer trabajo, que databa del 2014 pero se estrenó a fines del pasado noviembre de manera comercial. Allí se metía de lleno en la intimidad de un club de fútbol al cual pertenecía su hermano mayor y sin tapujos exploraba esa cultura tan arraigada en nuestra sociedad. Ahora es el turno de su segunda labor, El hombre de Paso Piedra, finalizada en 2015 pero con varios años de producción a cuestas. Siguiendo el mismo camino anteriormente mostrado en el documental futbolero pero bifurcando la senda, pasando de mero espectador a partícipe del cuadro narrativo, Farina explora junto al sujeto del título temas mucho más jugosos que los tratados en los vestuarios del club.
En Paso Piedra, partido de Choele Choel, provincia de Río Negro, vive Mariano Carranza, un obrero de pocas palabras que dedica su tiempo a preparar y cocinar ladrillos de barro. En sus tareas cotidianas y su ritmo de vida pausadísimo se inserta Martín, cámara en mano, para filmarlo todo. Ambos hombres, solteros, tienen filosofías de vida totalmente diferentes, pero en más de una ocasión, en charlas que representan lo mejor del documental, encuentran varios puntos en común. Farina lleva una vida prácticamente nómade, mientras que Carranza ha heredado el oficio de su padre así como también unas tierras bastante cotizadas, y no pretende pasar el resto de sus días de otra manera más que cumpliendo con su tarea de fabricar y vender ladrillos.
A través de los días, la cámara del director retrata la linealidad del trabajo del obrero, donde un día sucede al otro y nada se escapa a la rutina. Estos momentos dan una sensación de aletargamiento para el espectador pero iluminan de una manera para nada subrayada lo monótono de llevar una vida así durante años. Es por esos instantes que las charlas entre uno y otro giran en torno a la soledad, el amor, los deseos de cambiar de rumbo, la posibilidad de cumplirlos, si estos anhelos existen o quedan aplastados por el deber pasado de generación en generación. Son temas muy profundos y personales, que quizás a veces no están conducidos de la mejor manera ni tienen una respuesta clara y concisa, pero así es la vida, pocas cosas tienen una respuesta transparente. El leit motiv del documental tiene su punto álgido al ritmo de una canción de la banda Coiffeur: que abandone su guarida / que ocupe su lugar / en otro espacio. Palabras más que contundentes para expresar el hermetismo de Carranza y los intentos del director por ayudarlo a salir de su zona de confianza y explorar otro futuro, por más corto o impensable que eso sea.
En cierto momento, y con varias duchas de por medio -cansino recurso que ya utilizó el director previamente y que poco y nada aporta a la película-, hay un salto temporal que marca un punto más que agridulce en la historia. Es un tanto triste y hay que esperar hasta después de los créditos para una escena más, que deja abierta a interpretación personal el desenlace de la historia. Con El hombre de Paso Piedra, Farina va dejando de lado el simple voyeurismo que supo demostrar en Fulboy y se acerca a tópicos más profundos y significativos, con una apertura emocional mucho más duradera.
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