Sebastián es un cerrajero de 33 años que realmente nunca creyó en compromisos a largo plazo. Ni siquiera con Mónica, su relación más estable desde los últimos 5 meses. Cuando ella le confiesa que está embarazada y cree que es de él, el mundo de Sebastián toma un giro inesperado: comienza a tener extrañas visiones sobre sus clientes mientras está trabajando en sus puertas.
Con la presentación de la muy buena Rompecabezas en el 2010, se tomaba contacto con Natalia Smirnoff, una prometedora cineasta argentina que acercaba un personaje inmenso dentro de una historia mínima. Allí, María Onetto encarnaba a una mujer casada de mediana edad, descuidada por su marido y con hijos grandes, que descubría poseer un enorme talento para los juegos de mesa del título. Esa misma línea sigue El Cerrajero, otro film pequeño con un protagonista notable, con un gran desarrollo personal en un recorte de días que se sostiene en dos grandes actuaciones.
La directora ambienta su nueva película en el 2008, durante la semana en que el humo invadió Buenos Aires y puso en alerta a la población. Este sofocamiento sacude la vida de Sebastián, que durante un breve lapso de tiempo ve su cómoda vida trastocada en todos los frentes. Escéptico respecto al compromiso, recibe la noticia del embarazo de una pareja que tuvo, y descubre que tiene un «don» en su trabajo más allá de la facilidad con que lo hace. Cada vez que se dedica a una cerradura, tiene epifanías respecto a sus clientes y funciona como un espejo para ellos, diciéndoles crudas verdades que ninguno quiere escuchar pero que inevitablemente deben soportar.
Al frente de ella está Esteban Lamothe, una presencia cada vez más grande a la que le sale de taquito el rol de chico de barrio, de buen corazón, pero con alguna turbulencia. Recuerdo ver Lo que más quiero, La Carrera del Animal, El Estudiante, Villegas y pensar que la industria debería ser más justa con actores como él –Esteban Bigliardi, Pilar Gamboa y muchos más-, algo que por suerte ha empezado a cambiar con papeles cada vez más jugosos en la pantalla chica –Sos mi Hombre, Farsantes y hoy Guapas, donde goza de gran popularidad junto a otro que la merecía como es Alberto Ajaka-. Él carga el peso de la película como un sujeto oprimido por su entorno -hay planos detalle, cerrados, y un tintineo de llaves permanente que nos sumergen en su cabeza- pero que es más libre en su micromundo, uno rico en imágenes que nos son por lo general ajenas, como un mar de cerraduras y cajas musicales.
No es menor la compañía que tiene, dado que Érica Rivas hace tiempo que se ha afirmado como una notable actriz de cine y ofrece una interpretación tierna pero descorazonadora, como una joven frágil y vulnerable que no tiene muy claro su camino a seguir. Dos de los protagonistas del film anterior de la realizadora ayudan a dar consistencia al equipo delante de cámaras, como son la mencionada Onetto y el recientemente fallecido Arturo Goetz, uno de los hombres más prolíficos de la pantalla grande en el último tiempo. Y la cuota de dulzura e inocencia llega por el lado de Yosiria Huaripata, como una empleada doméstica peruana que cree fervientemente en el don del protagonista.
El Cerrajero se apuntala en grandes personajes y notables actuaciones, dentro de un ambiente tan cotidiano como extraño. En su mezcla de drama, comedia costumbrista y fantasía, no siempre termina por funcionar, con una progresión irregular que al final deja tantas preguntas como al comienzo. En el constante contacto con clientes de Sebastián, Smirnoff lo acerca a nuevas historias de las que él no quiere ser parte, por lo que el espectador accede a un conflicto que rápidamente debe abandonar. El núcleo no deja de ser el personaje del título y su crecimiento personal, pero aún así uno esperaría a un cerrajero que supiera cerrar puertas además de abrirlas.
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