El encuentro cinematográfico de cuatro escritores que también son actores, directores, docentes y dramaturgos.
Cuatro historias, cuatro protagonistas que reflexionan -de diferentes maneras- sobre la escritura, la lectura, el choque generacional y el proceso creativo. Son ensayos ficcionales que giran en torno al poder de la palabra pero también a la lectura como una excusa para encontrarse con otros. La multiplicidad de oficios en relación a la palabra es el punto en común que los directores comparten en los diferentes capítulos que componen el film pero cuyo estilo partidario define la estructura del mismo, evitando antagonismos aún cuando sus relatos sean bien heterogéneos.
Un café, una visión errática y un libro son los disparadores en el capítulo de Edgardo Cozarinsky (Ronda Nocturna). La ansiedad de un joven escritor amateur se encuentra con la experiencia de un escritor de años de oficio en el turno de Santiago Loza (Los labios). Una mujer acaba de publicar su primera novela y asiste a una fiesta de cumpleaños. Allí, entre escritores, críticos, músicos, artistas y filósofos, la protagonista de Virginia Cosin se debate entre el fraude y la autenticidad. Un taller de escritura es el escenario seleccionado por Romina Paula (De nuevo otra vez) para desandar los caminos del lenguaje.
Cada historia tiene su mundo. Son independientes pero dialogan entre sí para transmitir una idea. Y esa idea puede ser reflexionar sobre cómo el tiempo y las palabras intercambian lecturas y universos interiores en cada interacción que tenemos con el otro. Inseguridad y autoconfianza también brotan en las historias como fuerzas opuestas pero complementarias, pasando de lo divertido a lo dramático con fluidez y naturalidad.
Con un magnetismo difícil de explicar desde el primer segundo, los personajes presentados son hermosos constructos de soberbias interpretaciones; todos ellos en su salsa, sin ser protagonistas absolutos de la película, pero sí de sus correspondientes sucesos. Un trabajo maduro, de rigor técnico y perfecta economía discursiva en la que se sabe muy bien qué contar y de qué manera, evitando caer en riesgos innecesarios que diluyan la esencia a comunicar.
Los directores terminan creando algo bello y crudo, ameno y teatral, sórdido y maravilloso. Un film de equilibrados relatos que cautivan e irónicamente dejan sin palabras para definirlo, ya que la lectura compartida es la impasible constante que mejor lo delimita. Pero esta delimitación es sarcástica, ya que justamente es una obra sin fronteras para amantes de la literatura: una edición ilimitada.
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