El doctor Hermes Vanth pasa la mayor parte de su día trabajando dentro del Hospital Rivadavia. Convivir con la fatalidad es algo natural para él… hasta que fragmentos de esa fatalidad parecen contaminar su propia vida.
El cine argentino siempre se ha caracterizado por ser una fuente casi exclusiva de dramas pintados con un estilo de cine de autor. Esto también dentro de los géneros menos frecuentes como la comedia y la prácticamente nula existencia de los policiales. Esto se puso en consideración cuando El secreto de sus ojos se llevó el Oscar, porque no solo el cine nacional volvía a ser mirado por las grandes industrias sino porque había sido gracias a un policial. Ahora que las grandes películas de superhéroes son el fuerte de Hollywood; con Kryptonita (2015) el género argentino demostró que podía competir con la tendencia que arrastraba a nuestro cine durante toda su historia, y por qué no liderar taquillas. Posteriormente llegaron elogios y aplausos desde Cannes: la última en ser reconocida, La larga noche de Francisco Santis. Por esto los movimientos underground del cine de género nacional han dejado de ser una curiosidad de festival para figurar dentro del abanico de posibilidades entre las cuales el espectador puede elegir. Ecuación: los malditos de Dios es otra alternativa para el público nacional.
Sergio Mazurek (Lo siniestro) dirige un film sin pretensiones de ser lo que no es, un relato fantástico y de terror no va a ser mirado ni valorado de la misma forma que un drama o una comedia. Apelar a reglas fantásticas permite enlazar situaciones que de otra forma no serían posibles o encontrar explicaciones donde no las hay. Quizás esto sea algo de lo que se abusa el film, porque dentro de la lógica de la fantasía también hay reglas a obedecer. La falta de lógica en Ecuación ocurre siempre dentro de la lógica del mundo real, como si el relato quisiera ser resuelto rápidamente.
El segundo problema se suscita en lo referido a la fotografía y el montaje. La primera tiñe a la imagen de artificiosidad, al extremo de que los exteriores se asemejan a un elemento generado por vía digital y no verdaderamente filmado, más que nada en planos fijos. Hay un buen uso de la cámara en mano que disimula este artificio. Por otro lado, el montaje se convierte en un componente que en lugar de sumar, resta. Resulta complicado, casi imposible, hacer caso omiso a la gran cantidad de errores que expulsan al espectador del relato.
El tercer problema se arraiga en una interpretación amateur e inconsistente que no deja seguir el hilo de la historia. Los personajes no parecen naturales sino siempre forzados por alguna situación ajena que los atemoriza. El relato carece del descanso y respiro necesarios para poder ser atraído hacia él.
Lo más destacable dentro de Ecuación es el carácter circular de la narración, que provoca confusión de una manera creativa sin dejar de ser entendible el conflicto ni su resolución. A la vez, este carácter permite desordenar la situaciones dentro de una linealidad que es aparente. Y lo aparente es con lo que juega el film para desenroscar la trama, con un giro un poco alevoso pero bien construido.
La película adolece de errores evitables, narrativos y técnicos. Sin embargo es valorable como, a pesar de estos problemas, el relato no se torna pretencioso en lo que cuenta, en saber que juega con poco y aprovechar estos elementos arriesgándose. Porque todo film de género es arriesgado. Es más fácil, por la propia naturaleza del género, creer que con la fantasía todo se soluciona y crear más situaciones intrincadas que acotarse a crear una historia sobria y bien narrada.
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