Una carta de amor a los napolitanos, a Diego, a la juventud. En fin, al cine.
¿De qué va? Entre las preocupaciones habituales para un adolescente como Fabietto, el joven napolitano también se encuentra inquieto ante la posible llegada de Diego Armando Maradona a Nápoli, el club de sus amores, donde la mayoría de sus familiares dicen que es un disparate que el argentino pueda arribar a la zona sur de Italia, aunque él no se resigna.
Pero en É stata la mano di Dio, la nueva película del talentoso director Paolo Sorrentino (The Young Pope) la figura de Maradona se corre del espacio estelar–llamativamente en la vida del futbolista y sus diferentes representaciones- sin dejar de ser un partícipe especial en la vida del protagonista que acompaña y que, según los familiares del propio Fabietto (Filippo Scotti), nada más ni nada menos le termina salvando la vida de manera indirecta pero peculiar. Sin embargo, en este proyecto la historia es una autobiografía sobre el propio realizador, basado en su juventud en la ciudad del país europeo y Diego forma parte del escenario, siendo un punto nodal tan importante como otros que aparecen a lo largo de las más de dos horas de duración.
Porque además del fútbol, hay otras variantes que se ponen en juego para la vida del adolescente. La familia es una de las vertientes destacadas en la historia, en la que convive con su padre Saverio (un notable Toni Servillo), su madre María (Teresa Saponangelo) y sus hermanos Marchino (Marlon Joubert) y Daniela (Rossella Di Luca), quien siempre se encuentra en el baño. Desde la perspectiva del protagonista, conocemos las relaciones en una gran familia napolitana y el retrato donde el humor negro, las diversas disputas y una gran caracterización de cada uno de ellos se hacen presentes.
En esta especie de age of coming apuntado a la propia adolescencia del director, diversos enlaces dentro del círculo familiar se ven problematizados y tratados de manera sólida, desde simbolismos más abstractos a escenas concretas a través del guión, que no ahorra en reírse de los diferentes defectos de cada uno, que nos permiten visualizar las intricadas concepciones de la misma, principalmente en el trato con su tía Patrizia (Luisa Ranieri) y su sex-appeal constante. Asimismo, con cada uno de los integrantes de su familia directa presenta escenas sustanciales para él, que representan un momento específico pero principalmente con los dos hermanos -y cuando la joven decide salir del baño- figuran el empuje clave para Fabietto.
El retrato casi pintoresco y que roza lo cómico al principio de la película tiene un quiebre interesante, que se da por el intermedio de la misma pero que a la vez va siendo presentado anteriormente con pequeños detalles, principalmente borrando con la mano toda esa imagen de familia feliz que se ve en el inicio. La ruptura precisamente nos presenta otra historia, que se vuelca mayor parte del tiempo en el drama y una tragedia que vuelca a los más jóvenes, que representa el crecimiento del propio Fabietto a la hora de pensar en sus responsabilidades como próximo adulto y en la propia soledad que puede encontrar uno en el día a día, donde también permite la representación con el oriundo de Villa Fiorito y su propio club, como ese amigo invisible de la infancia que uno debe soltar; y aún más doloroso, a la hora del mayor éxito deportivo.
Si bien el concepto de “carta de amor” o el mismo romanticismo puede resultar tedioso en los últimos tiempos –apoyados principalmente en la melancolía de franquicias exitosas- el término acá podría quedar establecido de manera propia. Porque si bien la propia película está basada en la historia del propio realizador –quien también escribió el guión-, desde los planos y las referencias cinematográficas se puede encontrar el cariño y compromiso que Sorrentino albergó en este proyecto, abarcando tantas temáticas que atraviesan al protagonista que, como resultado positivo, logran complementarse y conformar un espacio único en el que se disfruta todos esos puntos presentados.
Diferentes imágenes que reflejan Nápoles casi en su totalidad, las diferentes relaciones que establece Fabietto con sus vecinos, su amigo Arma (Biagio Manna), la Baronessa (Betti Pedrazzi) y, quizá con quien tiene su encuentro más destacado, el director de cine Antonio Capuano (Ciro Capano) en un viaje casi espiritual que está a la altura de Maradona, con la posibilidad de desafiarse un horizonte con deseos en su futuro, edulcoran una intimista historia que no permite la desatención con otra cosa durante su proyección. Cada uno de ellos se presentan en una ida y vuelta a lo largo del largometraje, en distintas posiciones y subjetividades para el propio joven que se resignifican de manera continua.
Con un final digno de Timothée Chalamet en Call By Your Name y con la presencia incinevitable de la religión en cada proyecto del director, vemos alejarse al joven rumbo a un futuro que podemos intuir –y que festejamos-. Perseverancia, eso no le faltó a Sorrentino y logró uno de los mejores estrenos en el año, con una imagen que impacta escena tras escena y que concuerda todo para generar un hermoso proyecto. También agradecerle al Diego, que le salvó la vida y treinta y cinco años después nos trae esta maravilla.
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