La historia de Dunkerque inicia con cientos de miles de tropas aliadas y británicas rodeadas por las fuerzas enemigas. Atrapados en la playa, sin nada más que el mar a sus espaldas, enfrentan una situación imposible, mientras el enemigo se acerca.
Christopher Nolan es considerado uno de los directores, sino el director, más ambicioso y personal dentro de la nueva camada de cineastas del Hollywood contemporáneo. La grandilocuencia y profundidad de sus creaciones se apartan en gran medida de cualquier producto que la industria norteamericana pueda llega a ofrecer. Aún así, pertenece a Hollywood tanto por el lugar que su films ocupan dentro del mercado así como por las clásicas emociones que suscitan en el espectador; y su tendencia a separarse de la media lo ha llevado a ser tan amado como denostado por la crítica.
Hasta Interstellar (2014), la filmografía del británico aludía inteligencia y megalomanía en partes iguales, casi como queriendo aparentar más de lo que era, subestimando al espectador, entre otros sellos; siendo los mismos sellos los que provocaban que algunos se atrevieran a catalogarlo como «cine de autor». Dunkirk es el paso necesario de Christopher Nolan para enaltecerlo como tal, un autor hecho y derecho. El thriller bélico que narra los avatares de la Operación Dínamo en la Segunda Guerra Mundial no solo es su película más personal, gestada durante muchos años, sino su obra maestra.
Cuando el director enumeró ciertos films decisivos que influirían su nueva obra, se encontraban algunos olvidados pero que fueron pilares fundamentales en la historia del cine como Sunrise (1927) de Murnau, o Greed (1924) de von Stroheim, y otros más recordados y próximos como Alien (1979) de Ridley Scott y Speed (1994) de Jan de Bont. Esta influencia se encuentra manifestada desde la placa -un homenaje al cine mudo- que de forma poética arroja al espectador dentro de un conflicto en franco desarrollo, con el deleite de sus planos generales en pleno contexto bélico, el apabullante conjunto sonoro liderado por un tic tac constante, el enemigo -además del ejército alemán- encarnado en la falta de tiempo y la precariedad de la situación de los soldados. Y lo que es más llamativo para un autor como Nolan: la expresa reducción de diálogos que indica, aún más para un autor como el británico -reconocido por crear unos decididamente malos-, que no es necesario del habla para que un film se entienda perfectamente.
Otra de las indudables marcas registradas del director es, sin lugar a dudas, su obsesión y capacidad por el tiempo como recurso narrativo. Dado el carácter fantástico de trabajos anteriores como The Prestige (2006), Inception (2010) e
Interstellar, Nolan se veía casi obligado a usar el desorden cronológico como un arma más para darle un giro a su trabajo. En Dunkirk, un hecho histórico, el manejo de distintas lineas temporales vuelve al film extremadamente dinámico y atrayente, Nolan la convierte en su herramienta narrativa fundamental y lo hace demostrando su gran maestría y experiencia, para que incluso genere el efecto de tener que repasar y hacer coincidir los distintos tiempos una vez terminado el film.
A diferencia de la brutalidad y grandilocuencia que podría presentar un film bélico, Dunkirk emerge como una contraposición a cualquier clasicismo. Desde el primer momento el film se va contrayendo hasta lograr un ambiente claustrofóbico, de encierro y desesperación para un ejército británico que no ve escapatoria a la vista, y si encuentran tranquilidad, la misma se verá amenazada por el tiempo que, como fue dicho más arriba, representa el verdadero rival de los protagonistas.
Podría decirse que el film no da cuenta de personajes principales sino de un amasijo de soldados que la cámara sigue mientras que los nazis, a partir de un gran procedimiento de Nolan, solo se intuyen mediante los aviones y los disparos, jamás mediante un cara a cara. En ciertos momentos los protagonistas aluden a ciertos conflictos internos entre ellos, lo menos logrado de la película, pero siempre relegando el conflicto interior a las amenazas físicas.
El «experimento» audiovisual de Nolan se apoya y retroalimenta con los trabajos de sus asiduos colaboradores: Hoyte Van Hoytema es autor de un trabajo fotográfico soberbio para construir la atmósfera carcelera y entregar una amplia gama de colores en diferentes planos a lo largo del film; y Lee Smith en el montaje para mantener el ritmo constante y acelerado, alternando entre las distintas lineas temporales. Por supuesto que no puede dejar de mencionarse al gran Hans Zimmer, componiendo un score extremadamente tenso que conjuga instrumentos clásicos con elementos sonoros propios del mundo del film.
Poco se le puede reprochar a Nolan con Dunkirk. Es estar frente a su maduración como director, en presencia de un nuevo clásico contemporáneo. Si el gran film bélico de los últimos años se encuentra en Saving Private Ryan (1998) de Spielberg, Dunkirk -siendo diametralmente opuesta- definitivamente está a la altura. La secuencia final que denota el sello del británico, también uno de sus puntos flojos, resulta pasmosa cuando el tic tac del minuto cero se detiene, dando paso a un silencio que aturde. La guerra no ha acabado pero sí el film, la obra maestra de Chrisopher Nolan.
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