Crítica de Dopesick: una serie con interpretaciones adictivas

Michael Keaton junto a gran elenco representan una de las crisis de salud más importantes en Estados Unidos

Nosotros no perseguimos los mercados, los creamos”. Es desde esa premisa que suelta uno de los altos ejecutivos de la empresa farmacéutica Purdue Pharma que nos da cuenta de la batalla sanitaria, legal, mediática y hasta cultural que abordará Dopesick, la mini-serie creada por Danny Strong que llegó a Star+ bajo el ala de Hulu.

Con una narrativa temporal que va y viene desde mediados de los años ’90 hasta nuestros días, el drama presenta desde diferentes vertientes y caminos por parte de su abanico amplio de personajes principales en una especie de Magnolia donde todas sus figuras no parecen interactuar pero que tienen un punto en común: las causas de la venta de opioides en Estados Unidos y sus consecuencias fatales.

Strong junto a la lista de directores compuesta por Barry Levinson, Michael Cuesta y Patricia Riggen, se basaron en el libro de Beth Macy, Dopesick: Dealers, Doctors and the Drug Company that Addicted America, donde nos relatan diferentes vivencias sobre la problemática. Desde un médico (Michael Keaton, quien también es productor ejecutivo del proyecto) que recurre a dicho fármaco para sus pacientes, pasando por un vendedor (Will Poulter) de las mismas quien conoce las estrategias para sus ventas, hasta dos ayudantes del fiscal (Peter Sarsgaard y John Hoogenakker) en plena disputa por llevar a juicio a los responsables.

Pero como si esto fuera poco, la miniserie continúa con la trama de más personajes, como el de la alicaída Rosario Dawson o de la joven turbulenta Kaitlyn Dever. Para cada una de las partes, los directores deciden tomarse su tiempo para la presentación y desarrollo; en algunas ocasiones alejados a la temática matriz y poniendo más énfasis en contextualizar los diferentes ambientes por los que se manejaban, principalmente con el doctor Finnix y Mallum para entender los manejos (y necesidades) de una “fórmula mágica” que había en la comunidad de Virginia y cómo se propagó la adicción.

Cabe destacar que en épocas donde muchas veces se recurre a la sátira para contar historias verídicas, la serie parece formarse en la vereda de enfrente, con una seriedad solemne y con un desarrollo que va a un ritmo parejo, sin saltear ninguna parte a la hora de desarrollar las incontables historias que albergan dicho universo. Ante semejante situación, no hay lugar para el humor ni la burla, aunque tampoco cae en los golpes bajos que podían intuirse sobre la temática, retratando situaciones más bisagras con mucha sobriedad que logran interpelar.

La serie presenta una identidad clara pero que al exhibir diferentes perspectivas del asunto le permite la característica propia a cada una de ellas donde se puede intuir un tono divergente. El caso más claro es la distinción entre la parte “social” como son las vivencias del pueblo minero y lo legal que corresponde a las diversas investigaciones que se hicieron con respecto a la empresa y sus manejos para la venta de la pastilla, en un carácter similar a True Detective (la primera temporada) con la dupla Mountcastle-Ramseyer, pero que en este caso el aspecto personal de los ayudantes de la fiscalía queda relegado.

Con semejantes características, la narrativa debe ir acompañada de una pata fundamental para lograr su solidez como es la actuación por parte de sus intérpretes, y en este caso el proyecto no falla. Keaton logra ponerse al frente con la caída y redención de su personaje, que quizá es el mayor representante del desconocimiento que puede tener uno mismo sobre el fármaco con sus dudas y sus tentaciones ante el canto de la sirena empresarial, pero no es la única cara que carga con las situaciones. El efecto que provocaron los opioides va más allá de su consumo, y en eso refiere al personaje de Dawson, donde retrata toda la lucha para desenmascarar una movida que contaba con apoyo hasta político.

Párrafo aparte para los “antagonistas” de la historia, aunque las comillas pueden estar más ya que el relato los presenta como tal. Desde un inicio -de hecho la serie comienza con ellos- se presentan los fundamentos y ambiciones de la familia Sackler, accionistas de la farmacéutica, en vistas a la creación del OxyContin (marca del fármaco) que busca instalarse en la sociedad como la solución al dolor y que, a diferencia de otras pastillas, no provoca adicción; tema clave en la serie y que dicha cuestión albergará las historias e investigaciones sobre la misma. Más allá de que las discusiones y forcejeo por la lucha de poder dentro de la familia se arroja a la mesa, el principal foco está personificado en el complejo Richard, un Michael Stuhlbarg en un papel que vimos anteriormente que responde al doctor intrincado y metódico en busca de la perfección, alternando entre lo netamente científico y la búsqueda del reconocimiento anteriormente malogrado.

Los opioides aún son foco de la discusión dentro de la medicina, que explotó en su momento en el país del norte pero que en todo el globo aún se problematiza por su consumo, ya que su venta todavía sigue en la calle y la serie no hace oídos sordos sobre lo mismo, con el recurso de imágenes no ficticias sobre distintas instancias judiciales que hoy en día se siguen llevando adelante, indagando sobre la culpabilidad y el tipo de pena que caerá sobre los Sackler, sumado a movilizaciones sobre su rol también en donaciones a museos como típica familia filántropa.

La serie expone la temática y su complejidad de manera completa, y desde diferentes vertientes en nuestra sociedad que la hacen amplia, aunque quizá algo caótico para seguir la narrativa con tantas idas y venidas temporales y que necesita una atención casi incesante. A pesar de un tratamiento visto anteriormente, su solemnidad y sólidas interpretaciones nos arrojó una de los proyectos más interesantes en el último tiempo.

Ignacio Pedraza

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