Crítica de Don’t Breathe / No Respires

La película transcurre en Detroit y se centra en un grupo de amigos, que irrumpen en la casa de un hombre ciego y rico creyendo que se saldrán con la suya con el asalto perfecto. Están equivocados...

Luego de desembarcar en Hollywood con la alucinante reimaginación Evil Dead, el uruguayo Fede Alvarez tuvo carta blanca para crear lo que él quisiera. Bajo el ala de Sam Raimi, él eligió no seguir el camino predecible con una secuela a la posesión demoníaca y, en cambio, se dio el lujo de cocinar un tenso thriller. Don’t Breathe es un impactante juego del gato y el ratón que a veces puede volverse predecible, pero nunca deja de ser adrenalínico.

En el centro de la trama están tres jóvenes que intentan dar un golpe maestro, que termine con el raid de robos y los saque de la decrépita Detroit en la que viven. El objetivo parece fácil, pero las apariencias engañan de una manera brutal y sin piedad. No hace falta mucha empatía por los protagonistas, porque cualquier vestigio de cordura escapa por la ventana al ver la poca monta de sus actos delictivos. Uno se agarra la cabeza más de una vez con sus decisiones apresuradas… pero no hay película si los chicos no toman las elecciones equivocadas.

Un gran cambio que se siente entre una película y la otra es el tono. Si Evil Dead terminaba con un enfrentamiento en medio de una lluvia de sangre, Don’t Breathe elige aplastar al espectador en su butaca a fuerza de situaciones límite en las que los personajes son pequeños ratones en un laberinto, en el cual el más leve sonido puede costarles la vida. Desde el guión del propio Alvarez con su amigo y colaborador Rodo Sayagues hay una gran idea de un solo escenario con diferentes niveles, que puede resultar muy familiar en su primer tramo pero que a medida que corren los minutos vira hacia un terreno pantanoso muy retorcido y, de tan horrorífico, resulta fascinante. El sentir en carne propia las peripecias de los ladronzuelos denota una excelente labor de parte de Jane Levy y Dylan Minette, ambos con una sensibilidad a flor de piel y muy expresivos. La historia que les espera por delante no los dejará indemnes, y el contraste del villano silencioso de Stephen Lang es notable, con una figura que ocupa toda la pantalla con una presencia avasalladora.

Quizás algunos detalles me hayan quitado un poco de la experiencia que propone Alvarez y compañía… Una costumbre un poco molesta de Hollywood es comenzar la película con un pequeño prólogo, que es un aperitivo de lo que va a suceder luego y esa misma escena puede considerarse un poco «spoiler» por su contenido. Hablo del hecho que si uno es un poco sagaz esperará que ese momento eventualmente llegue, robándose a sí misma la capacidad de sorprender al adentrar al espectador en completa oscuridad. Lo mismo sucede con el final: la película termina y ya. Es algo controvertido, no digamos que ata con un moño la historia ni deja la puerta abierta a una secuela, pero es un cierre extraño, como si se hubiesen agotado ya de tensar al espectador. Lo que sí hay que darle crédito al uruguayo es por tener una visión sublime de lo que quiere hacer con la película, desde la cámara dinámica que se mueve aquí y allá, sigilosa como un ladrón, o el no abuso de sustos comunes, escapando a la media de toda película de suspenso/horror. Hay imágenes y momentos que quedan marcados, y Fede lo logra más de una vez en menos de hora y media.

Don’t Breathe es otra interesante adición a la ya impresionante planilla de vida de un director joven que sigue sorprendiendo. Habrá un poco de hype de por medio, pero su segundo largometraje es una pequeña maravilla y un soplo de aire fresco dentro del género que tanto se necesita.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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