Crítica de Disobedience / Desobediencia

Ronit regresa a Nueva York, tras la muerte de su padre rabino, a la comunidad judío ortodoxa en la que creció. De vuelta en casa, provoca controversia cuando demuestra un interés por su amiga de la infancia, quien está casada con el rabino Dovid.

A tale of two Rachels

El cine es duro para con la gente que escapa de su hogar. El regreso a casa es el quid de la cuestión, el triunfante restablecimiento de la unión familiar por sobre la adversidad. Los que se escaparon estaban equivocados. Fueron egoístas. Simplemente estaban buscándose a sí mismos. Disobedience trata sobre una mujer que se escapa. Y la película gira en torno a su vuelta, pero con una salvedad: contiene un error que poco a poco veremos que no fue tal; es un engaño, aunque no todo es lo que parece.

Ronit -la demoledora Rachel Weisz– es una fotógrafa neoyorkina que recibe el mensaje de que su padre ha fallecido en Londres. El espectador regresa junto a ella para el funeral y entierro, donde queda en claro que proviene de una comunidad de judíos ortodoxos y su padre fue un rabino muy adorado. Poco a poco, los pequeños sombreros negros empiezan a cerrar fila en torno a ella, y una cara amigable aparece entre la multitud: Dovid (Alessandro Nivola), seguido de su esposa Esti (Rachel McAdams). El trío tiene una historia pasada, y esas primeras escenas que enturbian el aire de todas las cosas que no se dicen pero se intuyen hacen que los peones se muevan poco a poco en espacios silenciosos, la calma antes de la tormenta. El calor humano y la amistad que acompañan a la tristeza del momento se confunden con el correr de los días, y viejos sentimientos comienzan a aflorar y a dejarse tocar por el sol. Está más que claro que lo que no estaba muerto estuvo hibernando durante mucho tiempo.

El que haya visto el avance sabrá entonces que el secreto latente entre los personajes recae en Ronit y Esti, antes amantes prohibidas y ahora reunidas por el destino, tras la huida de Ronit hacia Nueva York. La gran incógnita que surge es: ¿De que huyó Ronit? ¿De Esti o de este mundo y sus reglas y expectativas asfixiantes? Pero no es realmente un misterio. A Disobedience no le interesa jugar ese tipo de juegos, lo que ocurre sucede de una manera lineal con mucho menos melodrama del que uno esperaría, pero es algo que le juega a favor. A cada momento la película quiere saber por lo que sus personajes están atravesando. No quiere engañar a nadie. Sus protagonistas son gente decente, todos lo están intentando pero hay veces que es mejor dejar ir. En cierta escena, Esti le dice a Ronit, aterrorizada de que su amor se le escape nuevamente, que es «fácil para ella escaparse», a lo cual la otra le responde, «No, no lo es». Disobedience se toma toda su duración en explicarle por qué no es fácil escapar, pero que a veces es necesario. A veces el hogar no es donde está el corazón, a veces se encuentra donde está el dolor.

Disobedience descoloca y provoca profundamente. No sólo porque tiene a tres impresionantes actores en Weisz, McAdams y Nivola entregando lo que puede resultar entre los mejores trabajos de su filmografía, sino porque el director y guionista Sebastián Lelio (con un flamante Oscar en mano por Una mujer Fantástica) encuentra algo que decir sobre las comunidades, el bien y el mal que provocan en el mundo y como uno mismo necesita identificar cómo encajamos en ellas. Y lo hace con tanta gracia y humanidad, irradiando desde cada una de las personas involucradas, que envuelve al espectador como una suave y cálida manta. Desobediencia es un sustantivo con cualidad negativa, representa el acto de no hacer algo, de no respetar. La película Desobediencia nos muestra cómo una ausencia lo puede significar todo: una manera de vivir, una o dos vidas según como se vea, viviendo al unísono a través de océanos literales. El amor llena los espacios vacíos, simplemente hay que darle espacio para que lo logre.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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