La vida no es fácil para Delfín, un chico de 11 años que vive con su padre en las áridas afueras de una pequeña ciudad. Él quiere participar de la orquesta infantil que forma en el pueblo vecino. El viaje será una aventura para él, y para su padre.
A veces, los sueños pequeños se vuelven monumentales, cual tareas heroicas que hay que cumplir a toda costa. Es la misión del pequeño Delfín (un deslumbrante Valentino Catania) en la película homónima, el audicionar para una orquesta tocando el corno francés, y hará lo que sea para lograr su objetivo. El largometraje de Gaspar Scheuer (El desierto negro, Samurai) pasó por el último Festival de Cannes en la sección Ecrans Junior y representa una historia mínima agradable, apoyándose con firmeza en sus fortalezas y evitando con gracia las limitaciones presentes en la narración.
La austera vida de un pueblo casi perdido en la provincia es el escenario donde transcurre la acción; mientras el padre soltero (Cristian Salguero) trabaja de sol a sol para proveer alimento a la mesa (poco y nada sabemos de la madre, excepto que falta en la unidad familiar), Delfín reparte pan antes de ir al colegio, donde prácticamente sueña despierto, esperando el momento en el cual tocar su instrumento. El deseo de tocar junto a una orquesta ocupa todo momento de lucidez del muchachito, deseo que poca gente comprende y mucho menos comparte. Frente a la desidia de las autoridades escolares y el poco apoyo de su padre, tan recio y a veces tan ignorante que duele, Delfín se propone ir hasta las últimas consecuencias para llegar al próximo pueblo, que queda a 30 kilómetros de distancia, un viaje para nada fácil para un ciudadano rural sin automóvil.
Moverse de un punto A a uno B es el argumento lineal del guion del mismo Scheuer, quien entremezcla algunas subtramas que nunca terminan de cuajar, como el seguimiento de Delfín de una joven maestra con la cual podría estar infatuada o le coloca el rótulo de figura materna -nunca nos enteraremos del misterio que encierra dicha relación- o los aprietes de los bravucones del pueblo, a los cuales el padre de Delfín les debe un dinero y están ansiosos de cobrarlo. Donde brilla Delfín es cuando se enfoca en la inspirada interpretación de Catania y su adorable cadencia de habla, que fascina y enternece al mismo tiempo. Esos ojos soñadores lo son todo en una historia que no guarda muchas sorpresas y cuya revelación más importante se cae de madura desde el comienzo, pero no por ello comporta un peso menor en el desenlace, uno agridulce que no le quita sentido y sensibilidad a un híbrido entre road movie y coming of age que nunca recurre a los golpes bajos, aún teniéndolos a mano constantemente.
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