Laura vive con su padrastro. Cuando era chica su madre la trajo desde España luego de que el padre las abandonara. Un día le informan que han encontrado muerto a su padre en un bosque y que al parecer lleva muerto 30 años.
Laura aguarda junto a la cama de hospital de su padrastro, que segundos después da su último suspiro. La pérdida de un padre para ella es el puntapié para adentrarnos en Cuando Dejes de Quererme, la historia de la pérdida y hallazgo de su progenitor. Una carta moviliza el recuerdo de lo vivido 15 años atrás, en el 2002 –período en el que transcurre casi en su totalidad-, cuando un llamado desde España le informa que han aparecido los restos de su padre. El hombre que creía la había abandonado, a ella y a su madre, llevaba enterrado 30 años, víctima de un homicidio. El descubrimiento no es suficiente para movilizar a la joven, que creció resintiéndolo, pero su papá del corazón la alienta a cruzar el charco para el postergado velorio. La inutilidad o desinterés de la fuerza policial será el motor de una investigación para descubrir qué es lo que realmente sucedió, con un misterio enrevesado que mantiene permanentemente el interés, con un buen manejo del tono que lleva a que la propuesta se disfrute.
Cuando Dejes de Quererme es un drama con tintes de thriller, que también mezcla distintos elementos de amor –principalmente paterno, con intentos menos satisfactorios de forzar algo romántico- e inesperadamente algo de comedia. Esto último puede ser un poco chocante en una primera aproximación, pero después se ve que es una decisión mentada de los autores y el director Igor Legarreta, lo cual ayuda a cortar con la solemnidad que sin dudas podría estar presente. Esto lo logra principalmente el personaje de Eduardo Blanco, capaz de decir cualquier cosa o de reírse en los momentos más inoportunos, para frustración de su hijastra. El actor, que durante los últimos años se dedicó más al teatro –con Parque Lezama, a las órdenes del director con el que tanto trabajó, Juan José Campanella-, tiene una suerte de vuelta al cine con este proyecto, que en compañía del reciente estreno de Alta Mar ofrece una inusitada y necesaria dosis doble.
Con una fotografía de colores apagados, desde los primeros momentos queda en evidencia un guion algo acartonado, el cual puede se romper con los eventuales brotes de humor del arriba mencionado. También lo hace, sobre todo, gracias a un enmarañado misterio que mantiene cautivo el interés por descubrir qué es lo que ha sucedido. Hay elementos políticos que se entrecruzan en la historia, con el accionar de ETA en plena dictadura franquista, pero hay buen tino de los autores en no cargar tanto las tintas en estos aspectos y enfocarse más en lo familiar, en lo humano.
Hay un buen trabajo de Flor Torrente como la protagonista, cosa que quizás se diluye un poco cuando se la exige más. El problema más importante se da a la hora de hacernos partícipes de su vida íntima, cosa que debería ayudarnos a conocerla más en profundidad, pero nuestra aproximación es exclusivamente en base a las cosas que le faltan. El padre biológico ausente, la madre fallecida, sin pareja estable. Vemos que trabaja de algo, parece ser una suerte de científica, pero no queda claro cuál es su especialidad. Sabemos qué es lo que no tiene, lo cual no implica que sepamos perfectamente quién es. Y así es que no genera nada el juego de atracción con el catalán Miki Esparbé, que también brinda una labor efectiva y con un personaje más definido.
Sobre el final, Cuando dejes de quererme se convulsiona. La incógnita necesita una respuesta satisfactoria y ahí es que se siente el peso de la sumatoria de nombres, de teorías o el viaje al pasado más lejano. El enigma es intrincado, especialmente gracias a un guion y una dirección que buscan complejizar a partir del agregado innecesario de personajes con motivaciones propias, algunos de los cuales no tienen otra función en la trama más que arrojar alguna sombra hacia la investigación. Una que hay que reconocer que fluye con demasiada facilidad en las manos de los tres inexpertos examinadores, que logran aquello que fueron incapaces de ver todo un equipo de policías y cuerpo de forenses.
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