Crítica de Cruzadas

Camila y Juana son hijas de un magnate de los medios de comunicación. Juana es la reconocida, la heredera del imperio. Camila por otro lado es una reina de la bailanta que no lleva el apellido. Cuando el padre muera, ambas hermanas se disputaran la herencia.

Cruzadas arroja una incógnita importante que muchos se deben haber planteado a la salida del cine o incluso durante la misma película: ¿por qué personajes reconocidos como Enrique Pinti, Nacha Guevara o Moria Casán hicieron esto? Es decir, cuál es el motivo por el que personas que tienen una importante carrera a cuestas tienen que exponerse así al ridículo. Diego Rafecas demostró tener una cualidad no menor, que es la de convocar a elencos importantes capaces de sumarse a realizaciones bastante inferiores, como ya sucediera con Paco.

El bizarro no es algo que todo el mundo pueda manejar, la línea que lo separa de la ridiculez es muy fina. Querer emular a John Waters supone un viaje de ida, emplear el género es algo que se tiene que hacer hasta el final. Rafecas parece decir «miren lo que le hago hacer a esta gente», en tanto desarrolla una historia que busca ser emotiva pero es tan simple, tan limitada, tan hecha a las apuradas, que lo que genera es bastante vergüenza ajena. El humor (inexistente) de Cruzadas es pobre, con diálogos obvios, ejecutados con torpeza y recurriendo a los niveles más bajos de la comedia. Supuestamente es divertida porque muestra un consolador debajo de una almohada o porque un viejo de 96 años fuma marihuana.

Digamos que ni siquiera es una idea original. En el 2004 se emitía Los Roldán, serie que tuvo un éxito considerable y en consecuencia sus adaptaciones en Latinoamérica, que básicamente planteaba lo mismo que esta. A la obviedad del rico es malo, el «grasa» tiene buen corazón y triunfa (por supuesto que hay una reconciliación final), se le agrega otro largo etcétera, como que el hijo cuadripléjico de la multimillonaria, que vive encerrado en una bóveda, es el que mejor entiende todo, o que la hija de la otra, rápida y vulgar, en verdad tiene una gran voz para el canto.

Hay quienes hacen mucho con poco, Diego Rafecas demostró nuevamente ser capaz de hacer lo opuesto. No aprovechar ninguno de los excesivos recursos que tiene a disposición es algo que hace desde Un buda, su ópera prima, y no lo cambió en sus trabajos siguientes. Son pocos los que pueden llamarse directores y que todas sus realizaciones sean muy menores o directamente malas. Lo que es triste, lo que duele más o que causa indignación, es que el estreno se haga a cuatro días de finalizado el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, con decenas de películas argentinas que probablemente no lleguen a las salas o si lo hacen, será en una pantalla sola por algunas semanas. Una mirada rápida me revela que en 38 cines del país se exhibe Cruzadas, y ese es el mejor chiste de la película.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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