Como planteaba hace apenas días gracias al estreno de Juliet, Naked, este 2018 ha visto la vuelta al éxito de la comedia romántica y Crazy Rich Asians es otro ejemplo más que ratifica la aseveración. Una adaptación de la novela best-seller de Kevin Kwan, la película llega en un tiempo en que la cuestión de la representación es una de las tantas en el foco de atención. No es ninguna novedad la falta de diversidad racial o sexual en el cine de Hollywood, o los estereotipos sobre los que se ha trabajado por años –ver «Indians on TV», de la gran Master of None– con lo que se puso en marcha un proyecto que en forma directa aborda la carencia. Una banana, como dice uno de sus personajes: amarillo por afuera, blanco por dentro. Y funciona. Llevándonos a la actualidad de un territorio menos explorado, con la clásica fórmula del querido subgénero.
Con sus primeras escenas, la película delinea a trazo grueso las personalidades de sus protagonistas. Abre en 1995, cuando un evento anecdótico en Estados Unidos deja en evidencia el poder de la familia Young, la compostura de la matriarca (Michelle Yeoh) y la aversión por el estadounidense, prepotente y discriminador. La siguiente nos lleva al presente y pone en claro las capacidades de Rachel Chu, una joven asiática criada en Norteamérica, fuerte, inteligente e independiente. Ambas escenas anticipan el choque entre las dos, uno que por supuesto se produce porque la familia adinerada no confía en las buenas intenciones de ella. Claro que sabemos que tiene buen corazón, que quiere a Nick por lo que es y él bien lo sabe porque a lo largo de su relación eligió no revelar que es el heredero de un imperio multimillonario, cosa que se verá obligado a explicar una vez que viajen a Singapur para la boda de su mejor amigo.
El traslado hacia Asia, precisamente hacia uno de los países más ricos del mundo, pone en marcha el despliegue que realmente lleva a que Crazy Rich Asians se destaque. Los adjetivos del título no son exagerados, los Young y todos los que los rodean son locamente millonarios. Ahí es donde se muestra fundamental la mano de un realizador como Jon M. Chu (Now You See Me 2, G.I. Joe: Retaliation, Justin Bieber: Never Say Never), quien aplica dinamismo a disparatadas muestras de riqueza, con un proyecto que luce fastuoso y con un presupuesto que uno consideraría «moderado» para los estándares de la industria -30 millones-. Lo que hace que esta película sobresalga es eso, el banquete visual que propone de la mano de sus espectaculares escenarios, vestuarios de alta costura, platos típicos y demás.
No defrauda en ninguno de estos aspectos y se supera con cada nueva muestra de lujo, sea la mansión de los Young, la descomunal grasada de los Goh, las joyas, la despedida de soltero/a o la boda en sí, con un Chu que demuestra saber filmar para que resalten estos espectáculos coreografiados, que incluyen versiones en chino de reconocidas canciones pop. El choque cultural está bien presente en el guión de Peter Chiarelli (Now You See Me 2) y Adele Lim (Lethal Weapon, Life of Mars), que no sabe de sutilezas. Chinos vs. norteamericanos, el viejo dinero contra los nuevos ricos, son aspectos que resaltan en esta comedia romántica de corte clásico. También es una constante, y con mucho más peso, la cuestión de las tradiciones duraderas y el respeto por los mandatos familiares, elementos que impactan de lleno con la llegada de una asiática-americana que se crió fuera de esos términos.
Hay demasiados personajes en acción y el deseo de querer tocar un poco a todos lleva a que se pierda foco y potencia. Se entiende el hecho de querer rodear a Constance Wu (Fresh off the Boat) y a esa figura en ascenso que será Henry Golding (A Simple Favor), para quitarles el peso de cargar la película solo en sus hombros. Siempre se puede confiar en Michelle Yeoh, mientras que hay buenos aciertos en el terreno humorístico con los extravagantes Awkwafina, Ken Jeong y Nico Santos. Pero eso también lleva a que, por ejemplo, haya toda una historia secundaria con la bella y estoica Astrid de Gemma Chan (Humans, Captain Marvel) que se siente un poco de más, especialmente cuando es un desvío que quita tiempo de calidad a los eventos que rodean al desenlace del conflicto, los cuales se perciben francamente apresurados y arbitrarios.
La novela Crazy Rich Asians buscó introducir una Asia moderna a una audiencia norteamericana y la película hace exactamente eso. Con protagonistas de Estados Unidos y ambientada en Nueva York, sería un ejemplo más de los tantos que tiene el subgénero de la comedia romántica. Transcurriendo en Singapur, por el contrario, propone un rico viaje sensorial que ofrece novedad en un sendero transitado en infinidad de oportunidades. Por eso la representación importa.
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