Crítica de Color Out of Space

Un meteorito se estrella cerca de la granja de los Gardner, liberando un organismo extraterrestre que convierte la tranquila vida rural de la familia en una pesadilla colorista y alucinógena.

Descolorido desastre.

Seré breve. Incoherente y pretenciosa. El gran problema de las adaptaciones es que, de la literatura al cine, hay códigos particulares incompatibles. ¿Han tratado de sembrar un mango esperando cosechar limones? Teóricos sobre el tema concluyen más o menos de manera uniforme que lo que se busca en ellas es la sensación final: el sabor que te deja el producto una vez finalizada su exposición al público. ¿Han experimentado ese dejo nostálgico que te da una novela cuando te abraza y se termina? Hay películas que llegan a ese nivel. Hay obras maestras que no sería posible evadirlas, dentro de la vara correspondiente: la de las imágenes en movimiento que se nutren, como la gran síntesis de las artes. En el caso de Color Out of Space, no es así. Y por lo general, este es el destino de gran parte de las adaptaciones literarias a la pantalla, precisamente porque no se manejan los dos lenguajes. Sería algo así como traducir un texto de inglés a español a través de Google Translator. Pero si hay una persona que conoce el idioma, que ha vivido en los países angloparlantes, estudiado a sus autores, congeniado con los locales, y que sabe de primera mano la jerga y modismos de la lengua, el resultado será muy distinto.

Muchas películas que son adaptadas al cine, y que mantienen cierto balance con respecto a su obra literaria, lo logran ya sea porque el guionista es justamente el escritor de la obra original, o porque el director o guionistas manejan los vericuetos literarios y cinematográficos y saben qué dejar, descartar y/o adicionar en lo fílmico. Y eso no se aprende en ninguna academia. Hay incluso películas que llegan a superar al libro. Son raras, sí; pero existen.

En Color Out of Space, película de Richard Stanley, quien dirige y es coguionista, ocurre la desgracia. Si bien hay que reconocer que la fotografía de Steve Amis es evocativa, delirante y bella, la función de la misma consiste en ambientar una narración, que en este caso es un completo despropósito. El problema de la cinta es todo lo que le sobra, y el conjunto de elementos en la historia que al final nunca tuvieron razón de ser: ¿A cuento de qué vienen las llamas (alpacas) del señor Nathan, interpretado por Nicolas Cage? ¿Cuál era el especialísimo designio de cambiar las vacas del cuento original de Lovecraft por esta excentricidad? ¿Las cortadas de Lavinia aportaron algo que no hubiera podido hacerse, a través de una acción más sencilla o un diálogo, sobre el carácter débil del personaje interpretado por Madeleine Arthur? Personaje que, de paso, no tiene la más mínima trascendencia en la historia: ni en la película, donde se fuerza, ni en el cuento. ¿Había necesidad de pintarla como una bruja? ¿Sirvió eso de algo? De hecho: es tal el aletargamiento del clímax, que los personajes, en su pobre desarrollo, terminan por no importarte en lo absoluto.

Lovecraft, el gran maestro del terror fantástico –Poe, que, si bien entra en lo fantástico, se deviene más por lo psicológico, lo que prodiga en alto mi estima– escribió su historia pensando en un protagonista ausente: un hombre viene a un pueblo a explorar Arkham, una zona donde se está planeando la construcción de una represa. En dicha región hay una leyenda que data de 40 años y cuyo testigo en primera línea, un viejo de nombre Ammi Pierce, es el que confirma los extraños sucesos a este ingeniero sin nombre. El relato habla desde las consecuencias, definidas y coherentes dentro de lo fantástico, de cómo ciertas emanaciones generadas a partir de la caída de un meteorito, van poco a poco acabando con la vida de la familia Gardner, sin que nadie pueda hacer nada. La forma en que este extraño invasor, cuyo ente físico deja infectado el lugar con una radiación de un color particular, cambia la estructura de todos los elementos, flora y la fauna incluidas, y como consecuencia trágica, a toda la familia, la que va desintegrándose física y psicológicamente –no con rayos «mágicos», por ejemplo-, esto narrándose de forma concisa y detallada, lo que permite imponer su propia lógica. En la película no.

¿Por qué? Quién sabe. Tal vez aterrados por acometer un proyecto del cual no sabían mucho cómo hacerlo; o presionados por una producción que, sin saber, toma partido en el desarrollo de la historia; o simplemente al dejarse llevar por los clásicos clichés del género del terror, donde un asesino mata a sus víctimas de distinta forma. Y algunas de esas muertes y/o mutaciones, llenas de una añadida y penosa ridiculez.

Así como la película se levanta sobre columnas ilógicas, sin fundamento real sobre lo que va a ocurrir más adelante, sin respeto a la obra del autor del relato original, convirtiéndose en un fracaso.

Perdimos todos, menos aquellos que vayan y lean el cuento de Lovecraft. Barato y mucho más disfrutable.

 

 

 

 

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J. Gregorio Maita

Escritor (representado por la Agencia Literaria del Sur), periodista, director audiovisual, guionista cinematográfico, profesor universitario.

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