Crítica de Chucky, la serie de TV: el muñeco asesino se adapta a los tiempos que corren

La franquicia de terror llega a la pantalla chica.

¿De qué va? Un muñeco Chucky antiguo aparece en una venta de garaje suburbana y una idílica ciudad estadounidense empieza a sumirse en el caos, cuando una serie de horribles asesinatos comienzan a exponer las hipocresías y los secretos de la ciudad.

Freddy Kruger. Jason Vorhees. Michael Myers. Jedidiah «Leatherface» Sawyer. Ghostface. Los cinco grandes pilares del horror no podrían estar completos sin la presencia de Charles Lee Ray, alias Chucky. Las grandes leyendas del horror han ido transitando durante décadas sus diferentes trayectorias, pero exceptuando a la saga Scream, ninguna puede tener un invicto como el de Chucky de seguir una línea temporal coherente durante todo su recorrido.

Titulada simplemente como Chucky – con eso basta y sobra – la serie televisiva de ocho episodios prosigue las aventuras del asesino serial que comenzaron allá lejos y por 1988, cargando a sus espaldas el canon fantástico orquestado con la batuta de Don Mancini, el creador original. Sin miedo a decir un disparate, no recuerdo una serie que tenga a su creador a lo largo de siete películas, pero Mancini ha tenido la bendición de no alejarse de su bebé de plástico y sangre, nunca otorgando el control por sobre los estudios bajo cuyos estandartes la franquicia supo deslizarse.

Y no es que no haya insuflado a su saga con tintes LGBT. Ya Mancini le había dado una probada con la incomprendida Seed of Chucky, pero con la teleserie y su protagonista Jake Wheeler (Zackary Arthur) Don se ubica en el terreno de una coming-of-rage como le llama, donde el adolescente debe lidiar con su incipiente despertar hormonal y sus sentimientos para con un compañero de colegio, mientras enfrenta bullying y la llegada brutal de un muñeco Good Guy poseído a la pequeña ciudad de Hackensack, New Jersey. Son muchos los elementos con los cuales la serie hace malabares, a veces le resultan demasiado, pero el resultado final – al menos de la primera temporada, con una segunda en camino para 2022 – es admirable.

Hagan números: son siete las películas en las cuales Chucky y su creciente familia han sembrado el terror y la magia vudú. Que se prosiga la misma línea argumental y la insanía propia es todo una osadía y un honor. A diferencia de muchas otras sagas que se pudren básicamente en el fanático promedio alterando el canon conforme a los tiempos que corren para captar nuevos seguidores, Chucky le da la bienvenida a los nuevos como a los de siempre. Por supuesto, el neófito a la saga tendrá que hacer un esfuerzo para entender del todo, pero nunca para pasar un buen momento violento y divertido. Chucky nunca tuvo problemas en autoparodiarse, y ahora se le agrega una inesperada y refrescante correción política al ser un abanderado de la causa LGBT, incluso mencionando con orgullo a su hije no binarie, Glen/Glenda a un sorprendido Zack. Eso convierte al viejo Chuckster en un asesino cool, violento como siempre, pero uno que siempre te saca una sonrisa de la boca con su irreverencia propia.

Tanto la nueva guardia como la vieja se hacen presentes en el terreno de la acción, y si bien la trama la dominan los preadolescentes asediados por el muñeco asesino, también no faltan la incombustible Tiffany Valentine de la blonda bomba Jennifer Tilly, o la atribulada Nica Pierce de Fiona Dourif, protagonista de las últimas dos secuelas e hija de la bestia, Brad Dourif, que sigue personificando con su voz a Charles Lee. Para hacerla completa, tienen unas participaciones especiales Alex Vincent y Christine Elise, las víctimas originales de las primeras dos secuelas, en cameos glorificados porque no tienen una injerencia mayor en la trama más que para brindarle el peso de legado a la serie.

Conforme avanza la trama y los jóvenes empiezan a interactuar con Chucky, los cuerpos se apilan y la sombra del muñeco no se siente hasta los últimos episodios, donde su plan maestreo se revela, en parte. Mientras tanto, es un reajuste de piezas y aliados constante; la serie confirmó su segunda temporada una vez finalizada la emisión de los ocho episodios, con lo cual es de agradecer porque nunca se termina de entender al completo la nueva motivación de Chucky detrás de la nueva ola de asesinatos. Es como si se sintiese la falta de una pieza vital, que espero se pueda expandir su mitología con la próxima tirada de capítulos. Pero tal cual está, la primera temporada es un nuevo escalón en la dirección correcta de una serie que se rehúsa a quedarse durmiente, y encuentra nuevas y originales maneras de resistir el paso del tiempo.

 

 

 

 

Lucas Rodríguez

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