Crítica de Child’s Play / Chucky: el muñeco diabólico

Andy se muda de vecindario junto a su madre Karen. Para apaciguar esta situación traumática ella decide obsequiarle un muñeco Buddi. Ninguno sabe que el juguete posee una faceta peligrosa que resultará difícil de sortear.

«La felicidad es más importante que el entretenimiento», profesa Henry Kaslan. Dicho personaje, interpretado por Tim Matheson, es el dueño de un emporio global que se dedica a producir todo tipo de artefactos tecnológicos. Entre ellos se encuentran los muñecos Buddi. Estos cuentan con distintas habilidades, como hablar o caminar, y además son adaptables a distintos dispositivos. A diferencia de la Child’s Play (1988) original, este nuevo film dirigido por Lars Klevberg introduce el elemento conflictivo como producto de la mente y el trabajo humano, y borra la dimensión esotérica/sobrenatural de la película de Tom Holland. Las acciones y razones de Chucky son tan engañosas como letales, al igual que las de las personas que lo diseñan.

Los problemas se presentan como desprendimientos de la actualidad, signada por la preponderancia de los artefactos digitales. Estos aparecen como generadores de una sensación de encierro entorpecedor y como invasores de todas las actividades humanas. Sin embargo, este pasaje de un contexto atravesado por la criminalidad con elementos de brujería a otro más al estilo Black Mirror permiten que la trama se sienta contemporánea, y que la película se quite la etiqueta de remake insustancial. En términos formales, otras decisiones acompañan a esta búsqueda de renovación y puesta en presente. El protagonista ya no es un niño de voluntad manipulable y quebrantable sino un preadolescente lúcido. Tampoco es un personaje totalmente recluido y sabe que necesita asociarse con otros como él para sobrellevar los distintos contratiempos que se le presenten. Aquí destacan los personajes interpretados por Ty Consiglio y Beatrice Kitsos. Por otra parte, se aprecia cierto cambio de estética. Si la original puede ser considerada como un film de terror vinculado al cine slasher, la nueva se enmarca en el suspenso, y además posee una mayor cantidad de momentos humorísticos -muy buenos por cierto-. Ya no abunda el trabajo con el sonido y la tensión visual, sino que se le da más importancia al gore y los jump scares.

Más allá de lo mencionado, en ciertos aspectos de guion y de trabajo visual la película logra conservar vivo el espíritu de la original. El humor, por ejemplo, se mantiene extremo y políticamente incorrecto. Un detalle muy destacable si consideramos los aires exageradamente cautos del cine comercial actual. A su vez, el cambio de Brad Dourif por Mark Hamill, como intérprete de la voz de Chucky, no modifica en absoluto la calidad expresiva del muñeco maldito y logra sostener tanto su dinamismo como su carisma. También persiste la cualidad cinéfila de la historia. La original contenía la referencialidad a otras películas en su propia trama y en el trabajo con el género. Ambos aspectos la dotaban de un sentido celebratorio de los slashers pioneros. En este nuevo film, la cinefilia no solo impacta en los jóvenes protagonistas, sino que resulta fundamental para entender las motivaciones y los actos del propio Chucky.

Esta nueva entrega de Child’s Play, la octava del universo de nuestro querido Chucky, tiene sus méritos y su falencias. No puede dejar de sentirse como un producto que no hubiese sido posible en otro contexto que no fuese el actual, o sea el de los constantes remakes y el revival insaciable. A su vez, es un tanto complaciente. Primero con quienes buscan cierta fidelidad hacia la obra original. Para lograr esto utiliza distintos procedimientos, algunos más elementales como mantener los nombres de los personajes, y otros más destacables como el hecho de insistir con el humor ingenioso y los asesinatos creativos. No obstante, también busca atrapar a quienes esperan cierta renovación. Klevberg consigue esto al contextualizar la obra en nuestro presente asaltado por la inteligencia artificial, o al construir a Andy como un personaje valiente y ya no como un niño indefenso. Más allá de estos aspectos novedosos, lo más redimible de la película está en sus decisiones más arriesgadas: continuar exponiendo a sus personajes a situaciones violentas y peligrosas, no tomarse demasiado en serio a sí misma, y no rendir cuentas a la original.

 

 

 

 

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Tomás Cardín

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