Enid, una censora de películas durante la Gran Bretaña de los ‘80, se topa con un video que le resulta familiar. A partir de allí, se dispone a resolver la misteriosa desaparición de su hermana, sin comprender los peligros del viaje que la llevarán al limite en dónde ficción y realidad se mezclan.
Una lluvia de pixeles en un recuadro 4:3 aparece tímida. Luego, la imagen de una chica que grita espantada, mientras es arrastrada por luces rojas saturadas y una niebla escalofriante. Esta es una de las tantas películas con las que se cruza Enid (Niamh Algar), una censora que se enfrenta al auge de las películas de exploitation de vídeo, y que deberá no solo enfrentar a su pasado turbulento, sino a un presente que impone un viaje incensurable al corazón de la locura.
La ópera prima de Prano Bailey-Bond, que escribe el guion junto con Anthony Fletcher, se instala como una de las sorpresas indie del año. Desde sus títulos de inicio, la directora nos transporta al corazón de la censura que sufrieron las cintas de exploitation durante los ‘80, más precisamente unos años después del estreno de la controvertida I Split on Your Grave, destruida por la crítica y que dio pie a que el gobierno de Reino Unido apoyara la iniciativa “Video Recordings Act”, acto que se encargaba de recortar y clasificar aquellas películas que fueran estrenadas en video. El ente regulador encargado de esta tarea es la BBFC o British Board of Film Classification.
Una vez que el film nos sumerge en estas escenas de sangre roja como la tempera y decapitaciones baratas, nos instalamos definitivamente en los zapatos de Enid, una de las censoras más tajantes y, por ende, más sacrificadas de la oficina. Si su trabajo parece duro, más lo es su plano personal, en dónde sus padres, que se ven casi tan rígidos como ella, la notifican de que decidieron dar por finalizada la ardua búsqueda de su hermana menor, Nina, emitiendo un acta de fallecimiento. Esto, y sumado a la grave acusación que recibe por parte de la prensa a la hora de relacionarla con un asesino que parece copiarse de una de las películas que ella, supuestamente, censuró, ponen patas para arriba su desabrida rutina.
Y, como si fuera poco, el verdadero conflicto del film se manifiesta cuando Enid presencia la película que la hará replantearse tanto de la decisión de sus padres como de su estabilidad mental; en aquella cinta cree reconocer a nadie más ni nadie menos que a su propia hermanita, Nina.
Pasando por géneros como el thriller, el policial, y hasta dándonos pinceladas de gore y horror onírico, Censor pisa fuerte con un aire tan Carpentiano como propio. El trabajo de fotografía de Annika Summerson (VS.) nos hace viajar desde tonos pasteles armónicos a rayos de luces que queman la piel, generando una imagen exquisita, en dónde cada luz puesta muestra lo que quiere que veamos, dejando el resto en una penumbra incógnita. Comprendemos la transformación del espacio como de su protagonista gracias a la volatilidad de Annika y su trabajo.
La musicalización de Emilie Levienaise-Farrouch hace una presencia modesta pero climática. Los tonos graves y las distorsiones que sacan de quicio pisan seguro en un género que ya mostró con anterioridad estos matices, pero logra sumar a este ambiente opresor, que asciende muy palatinamente, acertando los acordes en los momentos adecuados.
El film nos presenta un mundo tan rico y colorido que es muy difícil soltarle la mano. La guerra entre conservadores y fetichistas, el deber por cuidar al prójimo, el falso honor por tapar una violencia tomada como insidiosa y provocadora y la transformación de aquel mundo prohibido en un presente tangente hacen que la película, en menos de hora y media, tenga mucho más de que hablar que de lo que nos quiere contar.
Censor no es solo sobre el duelo no superado, o sobre como el cazador se transforma en la presa que antes asechaba, es acerca de cruzar aquel límite, dónde el tabú de lo prohibido lucha por convertirse en una realidad carente de racionalidad, pero llena de placer y regocijo.
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