Selva, una adolescente de un pueblo costero costarricense, vive en una casa húmeda y rodeada de vegetación. Mientras atraviesa una edad que no comprende, intenta mantener unida a su familia, pero esto se vuelve cada vez más difícil: no conoce a sus padres y, tras las desaparición de su única figura materna, debe cuidar a su abuelo quien delira con unas cabras que no existen mientras comienza a dejarse morir. Entre paisajes imaginarios y sombras misteriosas, Selva se cuestiona si debería ayudar a su abuelo a cumplir su deseo, aunque esto le signifique tener que atravesar sola sus últimos momentos de infancia.
La ópera prima de la argentina-costarricense Sofía Quirós Úbeda se asienta simultáneamente con fuerza y simpleza en las interpretaciones, ya que los actores -no profesionales- son lugareños que constituyen la clave de la ambientación de un film distendido y laxo. Una película slow cinema muy poética, cuyo estilo narrativo consiste en gran parte en escenarios fijos -y largos- que cultivan el primer plano en un constante fomento de las emociones. Junto con las metáforas de la muerte y de la casi mujer, la lentitud lírica de los primeros minutos marca el tono y equilibrio de la historia.
Un largometraje graciosamente fotografiado y, en su mayor parte, exento de música, aunque ocasionalmente los sonidos de la selva y el ruido de olas caribeñas de fondo asoman cabeza y acompañan unos cuidados planos sobre lo que la autora quiere mostrar explícitamente y lo que solo quiere dar a entender. Ya sea la manifestación de fuerzas de la naturaleza o las responsabilidades del mundo adulto, permiten en esta obra que duelo y misterio convivan en el personaje de la sobresaliente Smashleen Gutiérrez, cuyo debut muy posiblemente le asegure futuros trabajos en el mundo cinematográfico.
Un relato íntimo y original en el que la protagonista crece un poco más entre escena y escena, haciendo de la muerte una experiencia de transición. Si a esto se suma el conmovedor vínculo entre el anciano y la joven con sus diálogos naturales y descontracturados, se obtiene un drama que eleva el concepto de devoción mutua a otro nivel, encontrando tanta cautivación en lo natural como en lo sobrenatural. Selva descubrirá, junto al espectador, que al morir solo cambiamos de piel. Nos podemos convertir en lobos, cabras, sombras, o en todo lo que la fantasía nos permita ser.
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