Desde el momento en que fue anunciada como la producción más costosa de Netflix, Bright se veía tremendamente problemática. La idea de trenzar fantasía en la actualidad, sumar un escenario oscuro como lo es la intensa Los Ángeles y salpicar todo con comentario social parecía una receta para el desastre. Si bien el resultado final no es catastrófico, sí es una película de aventura, ciencia ficción y acción totalmente olvidable, que bebe de tantas fuentes que se olvida de crear una personalidad propia.
De buenas a primeras, hay que decir que Bright luce alucinante. Cada centavo de los $90 millones del presupuesto se encuentran bien invertidos y es casi una lástima no verla en una pantalla grande. La cruza entre la desgastada y gris ciudad se complementa con las criaturas mágicas que pululan la pantalla, y hasta hay momentos que uno desearía seguir las historias de esos seres antes que la trama principal. En construcción de un mundo híbrido, esta sale ganando. Es el apartado que más se le puede aplaudir, aunque luego todo viene cuesta abajo.
Con un guión del volátil Max Landis (por una genial Chronicle, hay otra regular Victor Frankenstein) y dirección de David Ayer, que viene de patinar fiero con la decepcionante Suicide Squad, Bright sigue al endurecido Daryl Ward (un Will Smith en piloto automático que todavía tiene carisma de sobra para levantar una película), quien tiene que lidiar con su nuevo compañero, el orco Nick Jacoby (Joel Edgerton, que nunca se verá perseguido por el film ya que no se lo reconoce en absoluto debajo de tanto maquillaje), que desafía tanto a su raza como a los humanos al perseguir su sueño de ser policía. En el camino de la dupla se cruza una elfa (Lucy Fry, bonita pero nada más que eso) que posee una varita mágica con poderes inimaginables, y el trío se ve arrastrado a una vorágine de persecución, muerte, magia y profecías varias.
Las intenciones pochocleras de Bright se notan a la legua y no hay intento alguno de esconderlas. Días antes de su estreno, la misma Netflix anunció que habrá una secuela, por lo que al sentarse a disfrutar del film uno siente que está viendo un prólogo a lo que vendrá. Por el lado de Landis, es triste ver cómo recicla ideas y momentos de otras sagas populares para armar una propia, que carece de alma o interés alguno. Se mencionan constantemente profecías varias que sabemos cómo y cuándo se van a cumplir desde el momento que los personajes las pronuncian, hay un Señor Oscuro nombrado hasta el hartazgo, cuya sombra pende por sobre la trama, y el costado más enfurecedor es que no hay un personaje con escrúpulos, lo cual hace que ver la película sea una tarea mucho más ardua y tediosa al notar que no se puede simpatizar con nadie.
Ayer hace lo posible para subsanar los errores de la narrativa (él mismo le dio una re-escritura al guión), al filmar las escenas de acción con mucha adrenalina y tensión, pero la distancia entre un escenario y otro se ve aplastada por el desagrado que generan los personajes, por fuera de los de Smith, Edgerton y Fry. Se entiende, la corrupción arrastra a todos hacia el lado oscuro, pero no hay secundario alguno que se salve de ser insufriblemente oscuro, doble cara o siniestro. La química de Will y Joel hace sobrevivir a la historia, mientras que la falta de un villano de peso (Noomi Rapace está hermosa como la elfa malvada Leilah, pero totalmente desaprovechada) no ayuda demasiado al asunto.
En su país de origen, Bright fue destruida por la crítica especializada, que la tilda del peor estreno de 2017. No creo que sea el caso y hasta hay peores estrenadas en salas comerciales, pero la facilidad con la que sus elementos se van desplomando hacen de esta amalgama de géneros un visionado ligero que no aporta nada y que desaprovecha cada elemento del que se encuentra compuesto.
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