Brad tiene una carrera satisfactoria y una vida cómoda en los suburbios de Sacramento, donde vive con su esposa y su hijo prodigio de la música; sin embargo no es exactamente lo que imaginó durante sus años de gloria en la universidad. Mientras acompaña a Troy por Boston, donde él estudió, no puede evitar comparar su vida con la de sus cuatro mejores amigos de aquellos años.
Mike White lanza su segunda película como director/escritor. Entre esta y su ópera prima Year of the dog han pasado exactamente 10 años. Él en realidad se distingue como un formidable autor de comedias, como Orange County (2002), la desopilante Nacho Libre (2006) y más recientemente la aclamada Beatriz at dinner (2017). Y se interpretó a sí mismo en uno de los films que más me impresionó este año, un raro y divertido pseudo-documental llamado Where is Rocky II? (2016), dirigido por el ingenioso Pierre Bismuth. En ella explica algunos de sus trucos como escritor e incluso participa con colegas en un alocado brainstorming sobre guión.
Es así como Brad’s Status sale eximida en cuanto a recursos narrativos se refiere. White utiliza de manera creativa el fuera de campo, el flash-mind, clips hacia al pasado, los voice-over y casi todo lo que se pueda aprender del recetario. Todos estos artificios suelen considerarse culposos. Sin embargo, al personaje de Brad Sloan (Ben Stiller) le calzan como anillo al dedo. Las mejores ideas en la forma de este relato se ubican a medio camino entre el cliché facilista y la reinvención fresca. La carcajada está garantizada.
Brad es un insomne de mente hiper-pensativa. En psicología esto se suele denominar como «modo rumiante». Tiene la percepción de que la vida es una eterna competencia y que, según él, sus mejores amigos de la juventud se han ido alejando en consecuencia del tremendo éxito financiero que cada uno de ellos ha logrado. Y tal vez no esté del todo equivocado. Es entonces cuando comienza a sentirse invisible y asume el hecho que, a sus 47 años, su vida social y familiar es excesivamente común. Brad ve fracaso en el espejo. No se siente relevante, excepto para su cariñosa esposa y su talentoso hijo melómano.
Esta es una película de crisis de mediana edad diseñada para la reflexión y las risas. La necesidad dramática de Brad queda muy clara en los primeros instantes de la trama. La fatiga que lo arropa es, en realidad, ilusoria y tiene sus pilares en la envidia concebida desde las elucubraciones. Los síntomas son los típicos: confusión e inseguridad, la necesidad de reconocimiento. El personaje, en un enfermizo bucle de búsqueda de un statu quo que parece utópico, está colmado de necesidades egoístas. Brad es un obsesivo anclado en el pasado y logra percatarse de que, a lo mejor, la incursión de su hijo en una prestigiosa universidad sea la situación idónea para, finalmente, hacer mezcla entre esa condición y apariencia que tanto requiere para calmar su ansiedad de triunfo. O al menos eso cree.
Por algún motivo Brad’s Status logró convertirse en unos mis guiones favoritos de 2017. Creo que será una película que pasará desapercibida para muchos y que no logrará hacer el ruido necesario. Es un juego de expectativa versus realidad, configurado con mucha lucidez por parte de White.
La película es una producción de Amazon Studios. No es secreto para nadie la competencia que ha surgido entre la popular empresa y algunas compañías legendarias, incluyendo el boom del cine vía streaming. No obstante, planea estreno alrededor del planeta mediante los mecanismos convencionales de distribución: las salas de cine. Esto me conduce a tomar la libertad de reclamar la detestable deformidad que han hecho con el título para calar la obra entre los hispanoparlantes: «Un papá singular». Un desacierto para lo que implica la trama; pero quizás una forma no tan disparatada (y más mercantil) de rebautizar una comedia con el afamado Stiller de protagonista.
En el elenco también participan Austin Abrams, Jenna Fischer, Michael Sheen, Luke Wilson y Jemaine Clement (el graciosísimo talento de Flight of the Conchords). El film es inevitablemente generoso y agudo en el humor y se permite, incluso, asegurar un par de lágrimas. Más de un cuarentón se sentirá plenamente identificado. Sobre todo considerando que Ben Stiller hace una interpretación brillante delineando a un hombre común a quien se le hace imposible dejar de pensar. Es posible que su insistente mente y la pesadez de sus juicios lo emparenten a aquel peculiar y dubitativo personaje que interpretó en Greenberg (2010). O tal vez no.
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