En 1982 se estrenó un film que marcaría un antes y un después en la historia del cine de ciencia ficción, una obra maestra cinematográfica. Blade Runner fue la adaptación de «Do Androids Dream of Electric Sheep?» (1968) y, tal como lo hacía el gran escritor del género Philip K. Dick, la película jugaba con la idea de la realidad. ¿Cómo saber si somos reales? ¿Cómo saber si nuestros recuerdos son verdaderos? Y por último el gran interrogante: ¿Es Rick Deckard, el protagonista, un replicante?. 35 años después, Ridley Scott vuelve al mundo cyberpunk del mencionado autor pero en calidad de productor, dejando la posta de director en manos de uno de los grandes talentos del momento en Hollywood, Denis Villeneuve (Sicario, Arrival). Junto a Ryan Gosling como el nuevo blade runner y al regreso de Harrison Ford, esta secuela llega para sumergirnos en un mar de inquietudes y crímenes en un mundo donde la línea que separa a los humanos de los replicantes es cada vez más difusa.
30 años después de cuando se sitúa el film de Scott, el planeta ha sobrevivido a una destrucción ambiental que lo deja en un modo de vida completamente precario. A esto se le suma el Blackout, un episodio acaecido en 2020 que generó la desaparición total de todos los datos informáticos de la humanidad. Niander Wallace es el nuevo gran fabricante de replicantes. K, un blade runner de la policía de Los Angeles, descubre un gran secreto que puede cambiar el transcurso de la historia. Bajo este contexto clásico, el film desanda su camino plagado de acción -mucho más que la película de 1982- y donde una trama a priori previsible, no lo es tanto.
Hampton Fancher -co-autor del guión de la original- y Michael Green (Alien: Covenant) co-escriben un libreto donde el más puro estilo detectivesco prima por sobre los atisbos de la exploración interior de un protagonista que sufre de conflictos diferentes a los de Deckard, pero igual de atractivos. Esta interioridad del personajes es bien retratada por el bueno de Villeneuve, quien se encarga de crear los climas más personales y reflexivos. Blade Runner 2049 carece de organicidad entre la trama y los personajes, lo que desea el guión y lo que quiere el director, enseñando una permanente alternancia de escenas y secuencias donde la intriga y la reflexión prima una por sobre otra.
Por supuesto que esto redunda en un menor vuelo filosófico en comparación con el film de Scott, quizás producto de los tiempos corrientes donde el cine produce más acción y menos pensamiento. Pero Blade Runner 2049 se apoya firmemente en su predecesora y por esto resulta interesante, porque de alguna forma continúa la trama que comenzó en 1982 y porque la situación de los replicantes es aún más crítica. Niander Wallace (Jared Leto) es la fuente de toda esta intriga que pone de relieve el problema filosófico del simulacro, o sea replicantes «siendo» humanos, y aún así el no se logra explorarlo de la forma más adecuada. La estructura creativa del film introduce un gran clímax poco antes de la mitad de su duración, sin embargo puede convertirlo en un punto de giro que incrementa el desarrollo de la trama y el interés del espectador. Todo el avance del conflicto lleva a una resolución marcada por una extraña revelación muy poco acorde al mundo Blade Runner, más próxima a una situación trillada y clásica de los relatos más clásicos del género.
Los factores pilares del film son definitivamente el monumental despliegue visual y musical. El primero de la mano de Roger Deakins (No Country for Old Men, Skyfall), un histórico de la industria y colaborador habitual de Villeneuve. El experimentado director de fotografía pone toda su habilidad para dar vida a paisajes imponentes, bellos y con un dejo de desolación, crear un desfile de colores para ir desde el más paupérrimo modo de vida ciberpunk hasta la aridez y ambigüedad reflexiva de un gran desierto. Hans Zimmer y su protegido Benjamin Wallfisch tuvieron la gran tarea de recrear los profundos ambientes y la espesura electrónica de la sublime banda sonora de Vangelis, y lo hacen con toda la admiración posible, en donde el enorme compositor alemán demuestra sus sellos cabalgantes y agresivos que se acoplan perfecto con la vertiginosidad de la trama detectivesca.
La continuación de Villeneuve adscribe más hacia lo que podría ser una odisea. Probablemente no sea una gran secuela, mucho menos estar a la altura de su predecesora, pero aún así no deja de ser un film notable que lleva de un lado a otro y en el que todo lo visto es incierto. Blade Runner no deja igual a nadie después de su visionado, sino todo lo contrario. ¿Qué más perturbador puede ser tener la certeza de que no somos lo que creemos ser? Peor aún, la dificultad de no saberlo nunca por más que se tenga la sospecha y, si se llega a descubrirlo, no saber cómo reaccionar. Para esto, Blade Runner 2049.
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