Desde el comienzo de la campaña publicitaria de Bird Box, las comparaciones con A Quiet Place no se hicieron esperar. Era sencillo hacer el enlace: ambiente post-apocalíptico, amenazas que fuerzan a los personajes a obrar con un tipo de sigilo y, por supuesto, la presencia de dos niños en un ambiente donde todo parece perdido. Y resulta que no, que esa equiparación es, al menos en gran parte de la película, totalmente desatinada. Lo nuevo de la galardonada Susanne Bier –que adapta una novela homónima- tiene intenciones muy distintas a la de John Krasinski y, sobre todo, difieren en efectividad. Una de las dos es fallida en todo lo que intenta lograr.
Las noticias no paran de anunciarlo, algo está afectando a la población de Rusia y los suicidios se han ido al alza. Pero esto no parece importarle mucho a Malorie –interpretada por Sandra Bullock-, quien no tiene idea de lo que está por venir para ella y su hermana. Desde el inicio de Bird Box, las reglas narrativas se imponen sobre todo lo demás. La película comienza con la protagonista en una travesía por un río, un viaje con un destino desconocido que no tarda en retroceder cinco violentos años al momento en que inició el caos en Estados Unidos. La primera línea narrativa es sencilla y no da pie a mucha variedad de situaciones, son los recuerdos de Malorie los que abren las puertas al escenario que más veremos en el film: el hogar de los supervivientes.
Pero claro, no sería una película de horror sin tener alguna amenaza lo suficientemente talante con sus objetivos como para crear una tensión constante. En este caso las reglas son un poco diferentes, tal horror desconocido no puede ser visto –sí, hay ciertas reminiscencias con The Happening o The Mist-. La naturaleza etérea de tal amenaza crea dudas inmediatas, dudas que comienzan a hacer notar las costuras de un guion que se queda corto ante el mundo que construye. Es, de hecho, justamente el libreto escrito por Eric Heisserer el mayor perjudicador a una historia que se queda como un collage de situaciones salidas de cualquier película con supervivientes. No ayuda tampoco la constante repetición de trucos bajo la manga, a la película se le podría resumir en un compendio de escenas «tensas» -el suspenso brilla por su ausencia- que, al finalizar, pasan a otra situación aún más trillada.
Sin embargo, su aspecto técnico es formidable. Desde esa ciudad sumida en la confusión hasta los bosques que la protagonista está decidida a recorrer, las imágenes que la directora entrega pueden quedarse en el recuerdo. No así su desaprovechado uso del formidable elenco que protagoniza. Bullock vuelve a confirmar que es una actriz que sin problema puede salir de la comedia, pero sus compañeros no salen igual de bien parados. John Malkovich sumido en el cliché del hombre desconfiado y cascarrabias, la fútil aparición de Sarah Paulson o la unidimensionalidad del personaje de Trevante Rhodes son piedras en el camino de talentos muy capaces que no logran salvar las escenas. Junto con ellos, la discreta banda sonora de Trent Reznor forma parte de una historia que, en lugar de incrementar su carga emocional y con ella el interés del film, termina descendiendo en lo previsible.
En fin, las comparaciones con una de las mejores experiencias de horror del año son inclusive injustas para la misma. Mientras que Emily Blunt se veía inmersa en un emocional viaje con tintes familiares, Bullock pasa de escena en escena sin causar un ápice de emoción, sin lograr en algún momento que su trayecto nos interese. Bird Box no será muy recordada en el catálogo de Netflix, puede que su interesante arranque o alguna escena individual logren captar el interés, pero todo eso se esfumará al caer en la cuenta de que nada de eso lleva a algún lugar memorable.
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