Se trata del fantástico viaje de Belle, una brillante, hermosa e independiente joven mujer, que es tomada prisionera por una bestia en su castillo.
Allí lejos, por el año 1991, un reinventado Disney que había vuelto a estar en boca de todos con The Little Mermaid (1989), film que impuso su ya afamado e histórico modelo de musical, lanzó la que se convirtió en la obra maestra de sus relatos, Beauty and the Beast. Es hasta el día de hoy que todavía existen ciertas secuencias y números melodiosos que se mantienen prendados en la memoria de cualquiera que la contempló en la pantalla el año de su estreno o en cualquier formato en tiempos posteriores. Es por eso que el estudio, a la vez impulsado por el éxito de su versión live-action de The Jungle Book, apuesta todos sus números a una remake del clásico de sus clásicos, para rememorar sus canciones y emocionarse con esta hermosa historia de amor; contando con un elenco repleto de figuras y la mejor tecnología visual a su servicio. Con el viento a favor y la nostalgia a flor de piel, sin embargo, la película termina resultando en una innecesaria y densa narración, a medio camino entre su homónima y el condimento que la haga diferente.
Para afrontar un desafío como este, lo primero que la compañía del ratón habrá pensado era cuánto de homenaje y respeto tendría esta versión para con su original. La respuesta podría parecer obvia: realizar un calco idéntico. Aún así sería necesario aplicar ciertos cambios para obligar al espectador a que por unos momentos vea a esta como algo nuevo y fresco, seguramente para que las generaciones jóvenes conozcan el relato a partir de este film. ¿Cuáles serían los cambios? Esto habría que tratarlo con delicadeza si se quería mantener la esencia del afamado musical. Dichas modificaciones finalmente resaltan tanto en obvia comparación como en la poca lógica que usaron para elegirlas. Y esto se debe a que, principalmente, no justifican su presencia en una trama que naturalmente podría desenvolverse sin ellas.
Se podría hablar de un film más «racional» y con menos «magia», aunque mucho menos oscuro y misterioso, acentuado por la constante presencia de la banda sonora de un Alan Menken que revisita su antigua partitura con resultados que, extrañamente para el autor original de la música de La Bella y la Bestia, no tiñe a la obra del halo sombrío adecuado, sino que por el contrario avasalla en forma redundante los momentos más icónicos.
Esta racionalidad, no obstante, encuentra el punto más valorable en la dupla Gastón – Le Fou, interpretados de manera genial por Luke Evans y Josh Gad, respectivamente. El primero es un hombre narcisista y ególatra, pero por sobre todo más agresivo que su hermano animado, combativo con cualquier personaje que lo acompaña, inclusive Bella. El segundo, eterno enamorado de Gastón -si, Disney emplea su primer personaje abiertamente homosexual- pero aún así dubitativo de la moral del mismo y sus decisiones. Responsables, como no podía ser de otra forma, de la canción Gaston, el único número musical realmente digno de su original.
Así como este villano, la aldea y sus ciudadanos descubren un nuevo volumen y más protagonismo involucrándose en las discutibles acciones de este y creando una relación directa del pueblo con el castillo y sus habitantes. En el otro costado, la Bella de Emma Watson desafortunadamente en ningún momento logra generar empatía con el espectador y darle vida a un personaje como el que interpreta, sin mencionar que definitivamente su voz no da la talla para el canto. Su enamorado, la Bestia, encarnada por Dan Stevens, transcurre sin pena ni gloria.
Pero aquel error imperdonable por el recuerdo emotivo de cualquier cinéfilo son los sirvientes del castillo. Independientemente de que Lumiere, Din Don y la señora Potts, entre otros, permanezcan como personajes inmensamente entrañables y difíciles para interpretar, los indiscutibles encargados de hacerlo, Ewan McGregor, Ian McKellen y Emma Thompson, crean objetos sosos y privados de carisma alguno. Aquella divertida conexión de la dupla del atrevido candelabro y el temeroso reloj prácticamente no existe más que en contados momentos, que se pierden dentro del olvidable grupo que compone el personal del castillo, que por su apariencia produce más temor que risa.
Probablemente obnubilado con la cantidad de éxitos que Disney produce actualmente, tomaron la innecesaria decisión de volver a contar la historia de Bella y Bestia. No podría decirse que haya faltado el respeto hacia el film de 1991, pero sí se puede hablar de apresuramiento, porque estarían adentrándose en la memoria colectiva de la gente para tomar un relato que de ninguna manera puede ser extraído y reemplazado, y precisamente eso es lo que genera y generará una ola de comparaciones que puede llevar a esta interpretación sin magia al más profundo olvido. Queda demostrado, ahora más que nunca, la inmortalidad de La Bella y la Bestia. Acaso estamos ante uno de los pasos en falsos más grandes del estudio en los últimos años, que podría llevarle a replantear la idea de continuar con sus remakes de eternos clásicos.
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